«De Stalin me interesó la imagen de la bestia en domesticidad»
El actor y productor Josep Maria Flotats interpretará ‘Stalin’ en el Auditòrium de Palma
ANA LARGO
Lleva más de 50 años sobre los escenarios y confiesa ser «feliz haciendo teatro». Caracterizado como Stalin, el actor, productor y director Josep Maria Flotats (Barcelona, 1939) llegará al Auditòrium de Palma los días 26 y 27 de abril para presentar Stalin, un montaje basado en la novela Une exécution ordinaire, de Marc Dugain. Flotats comparte escenario con Carme Conesa, Pere Eugeni Font, Pep Sais, Pepa Arenós y Francesc Pujol. El catalán asegura haber tenido la suerte de trabajar siempre con «entusiasmo» porque, aunque las cosas son difíciles, lo importante es «haberlas hecho».
—Tras estudiar la obra de Dugain para adaptarla al teatro, ¿qué ha descubierto de Stalin?
—Primero, me ha confirmado que Dugain es un gran escritor porque la novela es apasionante. Siempre se descubren cosas de psicópatas de esa calaña, pero lo que me interesó de la novela es precisamente esta parte privada del ogro. La imagen del ser humano enfermo, de la bestia en domesticidad.
—No realiza una imitación, ¿es entonces un nuevo Stalin?
—Es una parte no tratada casi nunca de Stalin, que también hacía cosas normales como ponerse una camisa. Es la parte no oficial del personaje, cuando él se confiesa. El autor dice que Stalin después de la segunda Guerra Mundial ve una película de Chaplin, que yo digo que es el Gran Dictador, y no se reconoce. No se compara con Hitler, ningún psicópata se reconoce como psicópata. Él no es dictador, no se ve así. Dugain se plantea cómo es posible que el mal llegue a conseguir tanto poder.
—¿Se puede identificar a otros dictadores en la obra?
—Claro, la obra habla del poder absoluto, de todos los dictadores. En este caso, está centrado en lo que le sucede a un matrimonio durante los dos últimos años de vida de Stalin, pero ese suspense no lo puedo desvelar.
—¿Se siente más canalla con el bigote?
—En absoluto, el bigote es un engorro. Me lo he dejado porque, al estar tanto tiempo sobre el escenario, el artificial termina despegándose y no funciona. En cuanto termine, me voy a afeitar.
—¿Qué complejidades entraña el personaje del ‘hombre de hierro’?
—Lo más difícil es decir esas barbaridades con tal sinceridad que el público piense que es verdad. No me identifico con Stalin y en el texto digo cosas con las que tampoco. Ahí entra el trabajo actoral. No he permitido que lo que dice o piensa penetre en mi piel ni medio milímetro. Hay personajes que te enferman y a éste no se lo he permitido.
—¿Qué importancia da a todos los premios recibidos?
—Son vitaminas fantásticas para continuar trabajando y tener entusiasmo. Te dan oxígeno para seguir, son un estímulo, un aplauso, pero luego hay que seguir y estar a la altura.
—¿Alguna vez no lo ha estado?
—Muchas veces, pero me lo guardo para mí. No sé si mi trabajo es bueno o malo, pero sé que he realizado el máximo de esfuerzo. Y ante el fracaso, más trabajo.
—¿Cómo diagnostica la salud del teatro?
—El teatro sufre las consecuencias de la gran cantidad de medios audiovisuales que hay. Al mismo tiempo, vuelve a tener prestigio. Personalmente, creo en el renacimiento del teatro.
—Han pasado diez años desde que saliera del TNC, ¿cómo lo ve?
—Es pasado... No creo que sea la persona adecuada para hablar de ello, tampoco me apetece. Me imponían una programación que no acepté, el político tiene el poder y...fuera. No acepté ingerencia cultural ni artística.Si hubiera dicho que sí, hubiera sido un funcionario al servicio de una institución, no un creador y productor independiente y libre.
—¿Próximos proyectos?
—Tengo un texto pendiente que me gusta mucho, un diálogo entre Descartes y Pascal.
—Puso la voz a un documetal sobre Blai Bonet, ¿qué diría de él?
—Era un gran escritor y poeta. Le conocí de adolescente y no tuve mucho diálogo con él porque entonces no era capaz de valorar el enorme pensador que tenía enfrente.