Diario El País, 27-Febrero-2009

El lado oeste de Madrid

Nunca creí que viviría lo suficiente para ver Madrid convertido en Londres. En los casi nueve años que residí en Inglaterra, disfrutando de una gran cantidad de placeres que mi país prohibía entonces, recuerdo como uno de los más gratos la cartelera teatral del West End, y como el más irritante la obligación de tener que comprar las entradas para las mejores funciones meses antes de asistir. Estamos hablando de los primeros años 1970, y de un joven crecido en Alicante, donde la oferta escénica apenas existía, y acostumbrado después, ya de universitario en Madrid, a poder elegir, entre lo poco bueno que había en cartel, sin el menor problema de día, de asiento y de precio (aún existía en la mayoría de los teatros la claque, esa institución estudiantil casi tan rancia pero menos estrafalaria que la tuna).

Entre otras cosas trascendentales que allí me pasaron, en Londres me aficioné al teatro, a las obras mayores y menores de Shakespeare hechas con asiduidad, calidad y (algo que ahora ni siquiera nuestros teatros nacionales respetan) integridad, me aficioné a los dramaturgos británicos pospinterianos, a la manera de hablar, sin recitar, de los grandes actores (Gielgud, Scofield, Olivier, Maggie Smith, o los casi principiantes Anthony Hopkins, Judi Dench, Ian McKellen, Helen Mirren), a tomar en los entreactos el helado que aún hoy siguen vendiendo los acomodadores. Y también a algo que me daba cien patadas: prever mis veladas escénicas con ocho o diez semanas de anticipación, para poder estar seguro de no perderme ninguna.

Por eso me siento rejuvenecer cuando, en las últimas semanas, me he quedado sin ver alguna función por falta de entradas o, en otros casos, he tenido que planear como una delicada operación o un largo viaje a un país remoto mi asistencia al teatro; algo que, por lo demás, le viene bien a ese espíritu improvisador y desordenado del español que, lo quieras o no, uno sigue siendo en lo más hondo.

Se me ha pasado, por culpa de su éxito, Un dios salvaje, con la que Aitana y Maribel, Ponce y Molero, han estado arrasando varios meses en el Alcázar, aunque sí he visto ya la Comedia española de Yasmina Reza que sigue en el Valle-Inclán de la plaza de Lavapiés, en un buen montaje muy bien interpretado por actores de Cataluña y Valencia. He tenido asimismo la suerte de disfrutar hace una semana del nuevo espectáculo de Flotats en el Español, que ya está vendido hasta el final de sus representaciones, mientras que, habiéndose agotado también en la sala pequeña del mismo teatro todo el papel para Regreso al hogar, estoy en lista de espera para la reposición que se anuncia, en el mismo espacio, a partir del mes de julio. Qué asquerosamente británico saber en febrero el día y la hora del próximo verano en que vas a ver una obra de Pinter.

Y todo eso sabiendo, como yo lo sé (o lo he oído), que el teatro ha muerto. ¿O se trata, esto de ahora, de una milagrosa resurrección? Una teoría en boga en la modernidad defiende que las artes mueren periódicamente, sacrificialmente, y desde que tengo, digámoslo así, uso de razón, he visto morir el teatro, la radio, el cine, la novela (la poesía llevaba difunta desde la II República), el libro, que es quizá el último -por ahora- de los situados en el corredor de los condenados. Aunque sigo yendo al cine, cuyas horas bajas actuales, en lo que respecta al número de espectadores en sala, se deben en gran medida al pirateo (un delito insignificante que algunos amigos míos de gran rectitud profesan sin el menor remordimiento de conciencia), da gusto ver los teatros, en otra época desolados, llenos a rebosar, como he visto recientemente el Bellas Artes (con la divertida comedia gamberra de Mamet Noviembre), el Reina Victoria, el Fernán-Gómez, los distintos espacios del Centro Dramático Nacional, además de los llenos ya referidos en la plaza de Santa Ana.

También creo que está poniendo el cartel de "no hay entradas" a diario la única obra de la cartelera madrileña que no voy a ir a ver, el Hamlet del Matadero. La obra es la mejor del mundo, los actores que la interpretan están entre los mejores de España, el espacio de aquellas naves de Legazpi es extraordinario, pero lo que no soporto es el supuesto genio del mayor cantamañanas que he visto en mi vida de espectador teatral, un tal Pandur, que mis amigos y yo, después de ver horrorizados los dos espectáculos que montó en el María Guerrero y el antiguo Centro de la Villa, hemos rebautizado como Pladur.

Este director y dramaturgista originario, según parece, de Eslovenia, tiene su mérito: fuera de España es conocido como un falso, pero aquí seduce a los responsables de nuestros teatros institucionales, y lo que es más asombroso, a gente de la talla de Blanca Portillo, Charo López, Axier Etxeandia, Susi Sánchez o Roberto Enríquez. Ellos son verdaderos, y ni siquiera el Pladur les ha de quitar la madera de grandes actores que seguirán teniendo después de ser maltratados a sus órdenes.

Libertad Balear, 25-Febrero-2009

Debido al enorme éxito obtenido en el Teatro Español de Madrid

Aplazada a mayo la obra de Flotats en el Principal

Palma (ABN).-La función de la obra “El encuentro de Descartes con Pascal joven”, de Jean Claude Brisville y protagonizada por Josep Maria Flotats, prevista para el domingo 1 de marzo en el Teatre Principal de Palma, se ha aplazado hasta el mes de mayo, debido al enorme éxito obtenido en el Teatro Español de Madrid, lo que ha motivado una prórroga de su estancia en la capital española.

Ello ha afectado a las funciones programas en Palma de Mallorca de cara al próximo fin de semana. Por ello, y según informó el Consell de Mallorca, los días 15 y 16 de mayo, el Teatre Principal, si podrá acoger la representación que ahora ha debido aplazarse.

Diario El País (Babelia), 21-Febrero-2009

El padre Brown contra Torquemadín

El encuentro de Descartes con Pascal joven, de Flotats, es "teatro puro: una mesa, dos sillas, una vela, un diálogo. Apenas hay movimiento: se demuestra, de nuevo, que cuando el pensamiento se mueve no hacen falta paseítos, que el pensamiento es acción"

Flotats sigue siendo un monstruo perfecto: hay que verle en el Español, con el teatro a reventar, imantando ojos y oídos de un público que bebe sus palabras, sus inflexiones, hasta el menor de sus gestos, incluidos mohínes, cucamonas y dengues porque forman parte de la bestia; porque, menuda novedad, al maestro hay que tomarlo entero, porque son contados, contadísimos los actores (o actrices) de su fuste, capaces de llenar una sala y mantenerla en vilo con un diálogo filosófico-religioso bajo el temible título de Encuentro de Descartes con Pascal joven. Flotats aprende de sus errores. Stalin, que sólo se vio en Barcelona, era un ambicioso tropiezo con un mensaje cifrado y una enseñanza. Bajo la hojarasca de sus melodramáticas tramas laterales refulgía una forma clásica que siempre le ha dado excelentes resultados: el two-hander, el mano a mano actoral. Stalin era el diálogo entre el dictador y su masajista, punto. El mensaje decía: "Te has lucido con héroes solitarios, Don Juan, Cyrano, Lorenzaccio. Te luciste una vez y a lo grande con un trío: Arte. Pero el dúo te ha ido de perlas. El dúo a la francesa, por más señas. Sarraute, Jouvet, Brisville. Vuelve". Aunque el Brisville de Descartes no es exactamente el Brisville de La cena. Allí asistíamos al combate de dos fajadores de peso parejo: Tayllerand y Fouché. La función del Español revela, desde su título, una forma mixta: el monólogo con incrustaciones, el Héroe Solitario atizando, con toneladas de ternura casi paternal, a un peso mosca con la mano atada por un exceso de fiebre jansenista. Pascal "joven", dice el título. Problema habemus, e históricamente irresoluble. Descartes y Pascal se encuentran en 1647. Pascal tiene 24 añitos. Es un joven genio matemático, pero no es el autor de los Pensamientos. Y Descartes, lástima grande, muere poco más tarde. Qué le voy a hacer, dirá Brisville: o se encuentran entonces o no se encuentran nunca. De acuerdo, monsieur, pero reconózcame que el combate queda un tantico amañado. A este lado del ring, un filósofo en la cumbre de su sabiduría; al otro, y contra las cuerdas desde el principio, un mozo que si no es Legionario de Cristo es porque aún no se han inventado. Este Descartes es como para comérselo entre pan y luego mojar en la salsa. Lúcido, encantador, bondadoso, con un catolicismo pragmático y un humor a prueba de bombas, mismamente un cruce entre Montaigne y el padre Brown. Se abre la puerta y le sueltan a un Pascal fanático, crispado, al borde de la epilepsia. Sufre, eso está claro. Como un verraco sufre, como un personaje de Los comulgantes. Ésa es su única grandeza: el toque bergmaniano. Un muchachote que precisa abocarse en el absolutismo religioso para mitigar su salvaje miedo a la muerte, al vacío, a la eternidad helada, a ese "infinito que no entra en los números". Necesita la teología porque la geometría no le basta. Ni la perfección de las secciones cónicas, ni el haber inventado la Pascalina, esa computadora anticipada. Brisville le da ese tormento como motor dramático, y bien dibujado está, pero no le concede ni una sola flecha de la inteligencia que roce el centro de gravedad de Descartes, es que ni una. Todavía peor: a mitad de la obra le carga con una villanía muy fea (siempre en nombre de la fe) contra el hombre que salvó a Descartes de una muerte cierta. ¿Y qué más, Brisville? ¿Pederastia en Port-Royal? ¿Patear a un gatito? Claro que salimos del teatro diciendo: "Realmente, el fundamentalismo es una mala cosa", y no es ocioso ese mensaje en los tiempos que corren, etcétera, pero teatralmente es alicorto. Para la obra y para Albert Triola, el actor que interpreta a Pascal, obligado a echar espumarajos desde el minuto diez. También se podía haber frenado un poco eso. Claro que yo también vomitaría bilis si después de agitar el murciélago de mi terror cósmico papá Descartes me clicha y suelta: "Me temo que hay un cierto sistema en su desolación: no debería poner todo su talento al servicio de su espanto". Nada, que con este hombre no hay quien pueda: siempre tendrá las mejores frases. Y la última palabra. Desniveles aparte, me lo he pasado bomba con esta función. Teatro puro: una mesa, dos sillas, una vela, un diálogo. Apenas hay movimiento: aquí se demuestra, de nuevo, que cuando el pensamiento se mueve no hacen falta paseítos, que el pensamiento es acción. Hablando de gestos, registré una coquetería de Flotats un tanto dilatada. Yo es que a Flotats se lo perdono todo pero al mismo tiempo no le paso una. No es puñetería, es que sólo me pasa eso con los grandes. Hay un momento en el que gira la cabeza para ocultar una pena gorda. Claro que la está mostrando a gritos, como ponerse gafas oscuras en un entierro. Roba la escena, se te va la mirada, no se te va a ir. Pero dura demasiado: le da un innecesario puntito a lo reina Cristina de Suecia. Frene un poco ahí, maestro, ande, ya ve que pocas pegas le pongo. Por cierto, que no se me olvide: han prorrogado el espectáculo hasta el 1 de marzo, aunque dense prisa porque hay tortas para conseguir entradas. Como siempre que pillo bocado, me desboco y se me acaba el espacio. Me quedan diez líneas para recomendaciones inmediatas y telegráficas, con promesa de ulterior desarrollo. En Barcelona he visto La revolució, de Jordi Casanovas, en la Villarroel. Uno de los autores jóvenes con más futuro y mucho presente. No es redonda; tiene un temazo tan suculento (dos genias de la informática crean un videojuego que reproduce tus más profundos miedos) que el final no acaba de estar a la altura de la premisa, pero atrapa, rebosa talento teatral, entretiene muchísimo y cuenta con un excelente grupo de actores. En el Valle-Inclán me ha cortado el hipo Una comedia española, de Yasmina Reza, extraordinariamente dirigida por Silvia Munt y con uno de los mejores trabajos interpretativos de los últimos tiempos: un reparto excepcional, y un juego escénico de aúpa para una función irregular pero hipnótica, que parece un singular ménage à trois entre Chéjov, Pirandello y López Rubio. (Continuará). -

Intérpretes: Josep Maria Flotats y Albert Triola. Teatro Español. Madrid. Hasta el 1 de marzo.

Este Descartes es para mojar en la salsa. Lúcido, encantador, bondadoso, con un catolicismo pragmático y un humor a prueba de bombas

El encuentro de Descartes con Pascal joven, de Jean-Claude Brisville. Traducción: Mauro Armiño. Versión y dirección: Josep Maria Flotats.





Non solo cinema, venerdì 20 febbraio 2009

"EL ENCUENTRO DE DESCARTES CON PASCAL JOVEN"

Un incontro immaginato

Descartes e Pascal si incontrarono solo una volta, il 24 settembre 1647, in un convento di Parigi. La conversazione tra i due filosofi più importanti del XVII secolo costituisce un evento di grande rilevanza storica e durò diverse ore. Entrambi, però, non lasciarono nessun testo al riguardo, permettendo così al drammaturgo francese Jean Claude Brisville di immaginarlo e inventarlo integralmente.

Per la stesura di quest’opera Brisville si è basato sulle lettere dei due filosofi ad amici e colleghi, poiché non mantennero mai una corrispondenza diretta tra loro; cerca, quindi, di rispettare la biografia e la linea di pensiero dei personaggi, benchè abbia potuto sbizzarrirsi per quanto riguarda il dialogo tra i due, sul quale non esiste alcuna documentazione. L’autore, noto soprattutto per “La cena” (interpretata anche questa da Flotats), mette in scena l’incontro-scontro di due opposte maniere di vivere e pensare, di due archetipi, di due straordinarie personalità: Descartes, il padre del razionalismo e autore del “Discorso sul metodo”, e il giovane Pascal, già famoso grazie al suo genio precoce, tormentato da un dolore fisico e spirituale che lo porterà e definire la malattia come “stato naturale del cristiano”. Uno è alla ricerca della Verità assoluta, intesa come Dio, l’altro dubita invece che questa Verità esista; Descartes ripone la sua fiducia nell’attività umana, per Pascal l’uomo è una canna pensante, poco più di nulla. Il mutuo rispetto e la stima che si professano non bastano, quindi, ad avvicinarli.

L’incontro si svolge in una stanza piuttosto spoglia: un tavolo e due sedie costituiscono la scarna scenografia; l’atmosfera intima e raccolta è creata principalmente dai giochi di luce, ad opera di Albert Faura. Lo spettacolo è costituito da un duello dialettico, una battaglia di parole, in cui gesti, costumi e scenografia rivestono ben poca importanza. I due protagonisti si scontrano fin dal primo momento; nel corso della conversazione toccheranno i temi più diversi: Dio, la morte, la religione, l’utilità della scienza. Il dialogo, però, si rivela deludente per il giovane e irruente Pascal, alle prese con un maestro ormai scettico, che si lamenta per gli acciacchi dell’età. Diverse volte scatta in piedi e fa per andarsene, ma i toni violenti sono smorzati dalla pazienza stoica di Descartes, che domina il palco con la decisa presenza scenica ed i commenti ironici.

Il dialogo si caratterizza proprio per il sarcasmo di Descartes, contrapposto al fanatismo violento, a tratti ingenuo, di Pascal; le parole sono concepite da Brisville come una musica, in cui attacchi e pause creano un ritmo, una musicalità che si rifà al lied schubertiano e che attenua la compattezza dell’atto unico. La psicologia dei personaggi è perfettamente chiara e definita fin dalla prima battuta: i due filosofi sono convertiti in semplici prototipi, cadendo talvolta nello schematismo e nel cliché. Gli attori inscenano bene questa lotta intellettuale, il confronto tra due studiosi che si stimano ma sono al contempo antagonisti: Pascal attacca la “ignorancia sabia” di Descartes, intavola una discussione esaltata e accesa sull’unico tema che ritiene degno di studio, cioè Dio; Descartes, dall’alto dei suoi anni e della sua esperienza, punzecchia e deride questa furia giovanile, concludendo serenamente: “Siete intrattabile”. La stima che li unisce porta Descartes a una decisione capitale: chiede al promettente filosofo che sia lui a continuare le sue ricerche. Ma Pascal rifiuta il passaggio di testimone. Il fatidico incontro non ha prodotto alcuna contaminazione.

El encuentro de Descartes con Pascal joven di Jean Claude Brisville - Traduzione: Mauro Armiño – Direzione: Josep-Maria Flotats Descartes: Josep-Maria Flotats – Pascal: Albert Triola – Scenografo e costumista: Josep-Maria Flotats – Light Designer: Albert Faura

Durata: 1 h 25 minuti

www.esmadrid.com/teatroespanol

Libertad digital, 19-Febrero-2009

Crítica

Teatro y política

A esta obra, siento decirlo porque me ha hecho pasar un tiempo maravilloso, le falta eso que le sobra a Pascal: Fineza. Espíritu de fineza. Han hecho de Pascal un integrista insoportable. No han conseguido transmitir al hombre del siglo XXI su actualidad


Les exhorto a ver dos obras de teatro no tanto para que se liberen de la vida pública española, cosa por los demás muy recomendable, sino para que se hagan cargo de una ruptura radical entre el panorama político y la cultura teatral. No hago, pues, crítica teatral sino política. Y es que sigo pensando que no hay crítica política sin crítica de la cultura. Son dos obras de teatro magníficas. Son obras correctas para unos espectadores que huyen de la vida pública como de la lepra. Son agradables de ver y están protagonizadas por grandes actores. Flotats, en el Español, y Gómez, en el Lara, hacen un despliegue grandioso de sus facultades interpretativas. Sus respectivos compañeros de reparto, Albert Triola y Silvia Abascal son también grandes intérpretes. Las adaptaciones son muy buenas, incluso tratan de ser actuales, pero son obras, siento decirlo, al margen de la sociedad española.

Días de vino y rosas, famosa obra de J. P. Miller's, llevada al cine con gran éxito por Blake Edwards y protagonizada por Jack Lemmon y Lee Remick, se sitúa absolutamente de espaldas a lo que sucede en nuestro entorno. Trata un tema terrible de las sociedades contemporáneas, pero está lejos, muy lejos, de ser el problema dominante de la nuestra: la autodestrucción de los individuos a través del alcoholismo. Es obvio que este horrible asunto lo sufrimos los españoles, pero nadie en su sano juicio mantendría que su novedad aterra a la sociedad española.

Tampoco la segunda obra titulada El encuentro entre Descartes y Pascal, cuyo autor es el francés Jean-Claude Brisville, nos sirve para hacer una digna catarsis de nuestros problemas políticos. Sin embargo, reconozco que esta última contribuye, sin duda alguna, de modo inteligentísimo y refinado a la defensa de lo políticamente correcto: los buenos son los racionalistas y el falso cinismo, o sea, decir lo contrario de lo se piensa; y los malos, casi locos de atar, son los tipos con convicciones morales y religiosas. No hace una crítica de la razón cínica, ojalá, sino se adapta resignadamente a lo que impone el relativista de turno. Esta obra tiene un aspecto apologético del relativismo que, por fortuna, no puedo dejar pasar por alto; o sea, todavía me quedan ganas de discutir con tipos inteligentes.

El diálogo que se representa en el teatro Español entre Descartes y Pascal es tan brillante como arbitrario. Partidista y sectario. Pero, antes de la crítica, es menester indicar que Flotats es uno de los más grandes actores de la escena europea. Sólo por ver su representación nadie debería dejar de asistir a la representación. Flotats traspasa a Descartes. No lo representa, sino que es Descartes. Un Descartes para aquí y ahora. Si filosofar es actualizar problemas del pasado, entonces esta obra de teatro es una gran filosofía. Una obra para comprender las cuestiones de nuestro tiempo. Flotats es Descartes en nuestras calles y plazas. Teatro y realidad se identifican gracias al genio de este actor. Este ejerce con tanta maestría su oficio que lo convierte en una obra perfecta. Es arte. Prodigiosa actuación.

Su castellano, siempre salpimentado con gracejo catalán, es más que convincente. Es bello y sencillo. El actor jamás ahoga la naturalidad y la coherencia de una lengua que no diferencia sino que comunica. Ahí reside su grandeza. Flotats está poseído por la voluptuosidad del idioma. El actor se deja querer como un amante entregado. Dejadez y sosiego se confunden. Flotats aquí no finge. No traduce jamás. Es un actor español. Y, precisamente, porque el español, el decir en castellano, de Flotats es natural, casi carnal, el espectador recibe un texto coherente y lleno de vida, magistralmente vertido del francés al castellano por Mauro Armiño.

La grandeza de Flotats resalta los límites de su compañero de escena, pero otras veces, por fortuna, saca a relucir las mejores virtudes del actor Triola y su personaje Pascal. No sé si eso es atribuible a un ejercicio abusivo de la fuerte inteligencia de Flotats o, por el contrario, es su forma natural de vivir. De actuar. En todo caso, Triola es un buen compañero de actuación. Interpreta correctamente y tiene toques de genialidad en algunas ocasiones. Sin embargo, el Pascal que ha construido Brisville no ayuda demasiado al intérprete. A este Pascal le sobra integrismo y le falta inteligencia. El autor ha querido castigar a Pascal para engrandecer a Descartes. Esa operación tiene un primer damnificado: el actor que representa a un Pascal al borde del fanatismo.

A pesar de la inteligencia teatral de Flotats, el primer actor, director y hombre-teatro, y contra el parecer de Brisville, el autor de la obra, un contemporáneo nuestro que se identifica con un Descartes escéptico y casi postmoderno, Triola consigue una decente y, a veces, buenísima interpretación de uno de los personajes más enigmáticos del pensamiento europeo del siglo XVII, que influyó de modo directo en el genio espiritual de nuestro Miguel de Unamuno. Por lo tanto, quien diga que la actuación de Triola es desigual, como si eso fuera una objeción crítica, se equivoca; precisamente, porque es desigual estamos ante un gran actor. La actuación es desequilibrada, que es otra manera de hablar de lo desigual, pero jamás mediocre. Es desigual, sí, pero no olvidemos que esa es la condición mínima exigible a una obra de arte.

La actuación de Albert Triola está muy descompensada, porque a veces borda la representación de un joven Pascal atormentado por el problema de la salvación y otras cae en el histrionismo de un personaje histórico que es todo menos histrión. Pero ninguno de los dos problemas son responsabilidad del actor; por el contrario, Triola los ha llevado al escenario tal cual lo ha expresado el autor por un lado, y, por otro lado, ha seguido al pie de la letra las indicaciones del director, Flotats, que ha querido y, por supuesto, conseguido hacer un Descartes actual y distante de los grandes principios religiosos y morales frente a un Pascal atormentado por una causa, que ya no es la suya, la de la salvación.

En efecto, y aquí reside la falsificación de esta obra, la cuestión de Pascal no es únicamente la salvación, asunto importante pero de otra época, sino el problema del sentido de la existencia. También de la existencia política. Pascal se adelanta, por lo menos, un siglo a la Ilustración y por supuesto plantea el problema con un rigor que aún hoy es actual, pero el autor y el director de esta obra han preferido un enfrentamiento, o peor, un encontronazo entre Descartes y Pascal antes que un diálogo a la búsqueda de los puntos en común que pudieran iluminar nuestro tiempo. Han marcado las diferencias y distancias en aras de una sociedad del espectáculo, que valora más la forma que el fondo, la espuma que emerge a la superficie que el veneno que la produce.

Por eso, aunque sea educada y artística, no puedo dejar de contemplar con cierto estupor y sorpresa la imagen de un Descartes relativista, acomodaticio y falsamente cínico frente a un Pascal absolutista, dogmático y directo. Creo que el autor, y en cierto sentido el director de esta obra, caen en lo que critican. Cometen el mismo vicio contra los filósofos que combatía Descarte en su tiempo, y que no era otro que la confusión entre la persona y el personaje, el pensador y su máscara. Sí, "un filósofo", como pone Brisville en los labios de Descartes, "soporta mal que se prefieran los rasgos de su rostro al fondo de su pensamiento".

Esta arbitraria obra de teatro es más una fisonómica, quizá una buena réplica de esos dos grandes filósofos, que una creación original para nuestro tiempo, sencillamente, porque, al menos a uno de sus personajes, le falta su genuina aportación a la historia de la civilización europea. A esta obra, siento decirlo porque me ha hecho pasar un tiempo maravilloso, le falta eso que le sobra a Pascal: Fineza. Espíritu de fineza. Han hecho de Pascal un integrista insoportable. No han conseguido transmitir al hombre del siglo XXI la actualidad de Pascal: su desprecio por los cristianos que han renunciado a la apologética. La religión no se opone a la razón sino que la sobrepasa.

Pero todavía hay algo peor en esta obra: presentarnos un Pascal sentimentalista. Es un horror ver convertido al mayor crítico del sentimentalismo de todos los tiempos en un sentimentalista. Tan obvio es que Pascal reconoce el valor subjetivo de los sentimientos como su crítica a "los que están habituados a juzgar con el sentimiento, que no comprenden nada de las cosas de la razón, puesto que desean penetrar rápidamente en las cuestiones y no están acostumbrados a buscar los principios de las cosas".

Laguiago.com, 19-Febrero-2009

El encuentro de Descartes con Pascal joven en el Teatro Español de Madrid, nuevas funciones hasta el 1 de Marzo

Descartes hasta el 1 de marzo

Jean-Claude Brisville ha imaginado libremente esta conversación entre dos hombres que se descubren progresivamente opuestos el uno al otro. Descartes racionalista, realista, pragmático, viajero, amante de la buena vida, que no desdeña ni la buena carne ni el bello sexo; Pascal enfermizo, atormentado, místico ardoroso, intransigente, que exalta el sufrimiento y la muerte. El encuentro de Descartes con Pascal joven en el Teatro Español de Madrid. Del 22 de Enero al 1 de Marzo. De martes a sábado 20.00 h. Domingos 18.00 h. Precio 4/22€. Compra tu entrada. Nuevas funciones hasta el 1 de Marzo!!!!

Descartes

Los dos filósofos más célebres de su tiempo se encontraron durante varias horas en París, en el convento de los Mínimos, a puerta cerrada, el 24 de septiembre de 1647. René Descartes tenía entonces 51 años y Blaise Pascal sólo 24 y se encontraba ya seriamente enfermo. De esta conversación histórica, nada se filtró, salvo una o dos notas que ambos pergeñaron sobre el papel.

El dramaturgo, guionista y actor francés Jean-Claude Brisville es conocido entre nosotros, sobre todo, como el autor de La Cena, el gran éxito teatral de hace unas temporadas. Como entonces, Josep María Flotats, uno de los mejores actores de su generación, es quien dirige y protagoniza el montaje.

Lanza Digital, 19-Febrero-2009


El público del Festival de Almagro disfrutará con el genio de Flotats y Zamora


Josep María Flotats y Albert Triola representarán un magnífico duelo dialéctico entre Descartes y Pascal



Poco se conoce aún sobre la que será la programación del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, salvo que el eje temático del mismo serán Lope de Vega y su “Arte Nuevo de hacer comedia”. Sin embargo, los espectadores están de enhorabuena, ya que, según ha podido saber Lanza de fuentes cercanas al certamen dramático, el próximo mes de julio podrán disfrutar con el genio de Josep María Flotats y Ana Zamora.
Flotats, que ya ha visitado en otras ocasiones el festival almagreño -con gran éxito, por cierto- presentará uno de los más destacados montajes de la temporada, El encuentro de Descartes con Pascal joven obra de Jean-Claude Brisville, en la que que el veterano actor comparte escenario con el joven Albert Triola.
La obra, que ha obtenido gran éxito de crítica y de público de febrero en el Teatro Español de Madrid, es un magnífico duelo dialéctico que enfrenta a ambos personajes históricos -y a los dos artistas en particular- en el encuentro que estos intelectuales mantuvieron en 1647 en el parisino Convento de Mínimos y del que no quedó referencia escrita, pero que Brisville ha imaginado para la escena basándose en la numerosa correspondencia (aunque no entre ellos) de los dos protagonistas.
Flotats, que vuelve a escoger a Brisville después de ´La cena´ -en la que se enfrentaban Tayllerand y Fouché- encarna ahora a un Descartes, heredero de la sabiduría del humanismo mientras que Triola es Pascal, un joven de 24 años pero ya genio reconocido. Se trata de una conversación entre dos hombres que se descubren progresivamente opuestos el uno al otro. Descartes racionalista, realista, pragmático, viajero, amante de la buena vida, que no desdeña ni la buena carne ni el bello sexo; y Pascal enfermizo, atormentado, místico ardoroso, intransigente, que exalta el sufrimiento y la muerte.

Auto de los Reyes Magos
Por otra parte, quien también volverá a estar presente un año más en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro es la directora Ana Zamora, quien deleitará al público con otra de sus “pequeñas joyas”: Auto de los Reyes Magos.
Como ya avanzó en una entrevista concedida hace unos meses a Lanza, en esta ocasión la dimensión del montaje no permitirá que pueda llevar su obra al patio de Fúcares, donde es habitual, sino que quizá sea el Claustro del Museo Nacional del Teatro debido a que posee unas dimensiones ligeramente mayores.
Las piezas que Ana Zamora elige para su repertorio suenan lejanas porque apenas se han divulgado, y este caso no es una excepción, porque el Auto de los Reyes Magos son 147 versos de mediados del siglo XII, escritos al final de un manuscrito y considerados como fundacionales del teatro español.
Zamora, que ya mostraba a este periódico su voluntad de ester presente en Almagro “porque creo que un espectáculo no está terminado hasta que no se muestra en Almagro”, explicó sobre este montaje que el espectador que conoce su trabajo -y el de su compañía Nao D’Amores- va a reconocer los elementos habituales aunque utilizados de otra manera.
Y uno de los pilares que el espectador pronto reconocerá será el de la música de Alicia Lázaro, que siempre constituyen el complemento perfecto de los textos elegidos por Ana Zamora.
Además, la directora destacaba que éste es el texto más antiguo de la literatura dramática castellana e irradia la tradición medieval, además de que tiene un carácter muy diferente a los montajes renacentistas que ha hecho en otras ocasiones.
“Este montaje tiene cierta aura crítica-existencial. Sin embargo, seguimos trabajando sobre un teatro muy primario y directo, sin buscar vueltas de tuerca. Auto de los Reyes Magos no es un teatro que tenga que ver con lo simbólico ni con la relectura de los elementos medievales ahora mismo”, aseguró. o


COPE, 18-Febrero-2009

LA MAÑANA

El encuentro de Descartes y Pascal

En en esta obra el autor imagina la conversación entre Descartes y Pascal, en el Convento parisino de Los Mínimos. Representa la pasión de la juventud y la serenidad de Descartes


El encuentro entre dos de los más grandes filósofos de la historia se presenta en el Teatro Español


El encuentro de Descartes con Pascal joven, el 24 de septiembre de 1647. Escrita por Jean Claude Brisville y tiene como únicos protagonistas a dos iconos de la historia en filosofía, Descartes y Pascal. Es una obra basada en el encuentro entre estos dos filósofos en el convento parisino de Los Mínimos, en el que sostienen una plática y que el supuesto tema a retomar es la filosofía de la vida, la muerte y Dios, aunque en la realidad nunca se ha sabido el verdadero tema.

Brisville se imagina la converasción y la reproduce en teatros, creando un texto para darle vida a la obra. En ella aparecen dos límites del ser humano, la edad adulta representada por Descartes, quien aparece como un hombre sereno y esceptico. Por otro lado, se presenta a Pascal, un joven que todo lo vive con pasión, arrojo y cierta agresividad.

La historia se desarrolla en un escenario sencillo, en el que se encuentran una mesa y sillas. El elenco de la obra esta compuesto por dos buenos actores, Flotats y Albert Triola. Se estará presentando en el Teatro Español hasta el día 22 de febrero.

Cadena Ser, 16-Febrero-2009


Diario ABC, 13-Febrero-2009

Razón y Pasión
«El encuentro de Descartes con Pascal Joven»
Autor: Jean-Claude Brisville.
Traducción: Mauro Armiño.
Versión, dirección, espacio escénico y figurines: Josep-Maria Flotats.
Iluminación: Albert Faura.
Intérpretes: Josep-Maria Flotats y Albert Triola. Teatro Español. Madrid

Como hiciera en «La cena», donde reunía a Tayllerand y Fouché sobre el tablero de una Francia convulsa, Jean-Claude Brisville entreteje hábilmente los datos históricos y lo imaginado a partir de ellos para reconstruir el, al parecer, único encuentro que mantuvieron René Descartes (1596-1650) y Blaise Pascal (1623-1662), pensadores y hombres de ciencia con posturas enfrentadas en diversos asuntos filosóficos y, al tiempo, forjadores complementarios de las estructuras de pensamiento del hombre moderno. Fue el 24 de septiembre de 1647 cuando Pascal visitó a Descartes en el convento parisino de los Mínimos, poco antes de que, invitado por la reina Cristina de Suecia, el racionalista viajara a Estocolmo, donde fallecería tres años después.
Brisville plantea un festín de palabras iluminado por la luz de la inteligencia, puro verbo, una conversación amena sobre temas diversos -desde la guerra a las mujeres y con el justo sirimiri filosófico para que pueda ser seguida por públicos no especializados- entre el pensador maduro, moderado, epicúreo, educado por los jesuitas, que recuerda no sin nostalgia los excesos de su juventud, un punto socarrón y pagado de sí mismo tras una suerte de amable relativización de las certezas a machamartillo, y el joven apasionado, científico precoz, consumido a sus 24 años por el deseo de poseer la certeza infinita, que expresa sus simpatías por el jansenismo y al que se presenta como fundamentalista cristiano. El autor colorea los perfiles de ambos con detalles extraídos de sus biografías, como los apuntes sobre la frágil salud de Pascal, y se toma alguna licencia cronológica cuando, al interesarse Descartes, por sus estudios sobre el vacío, el joven pensador responde que ya no le atrae la ciencia y que se ha volcado de lleno en la filosofía y la teología, desapego y fervor que al parecer se produjeron años más tarde, en 1654.
El Descartes tolerante y ya de vuelta de todo resulta inevitablemente más simpático por su defensa del raciocinio optimista, un poco como el espejo ideal en el que nos gustaría vernos reflejados, pero tal vez el pensamiento pesimista de ese Pascal fieramente humano en su radicalismo esencial se acompase más con el latido de nuestro tiempo al subrayar la falibilidad del ser humano, lleno de contradicciones, grandioso y miserable a la vez, condicionado por razones que la razón no entiende.
Flotats culmina un montaje austero de limpieza exquisita, al que la suave y muy matizada iluminación de Faura otorga la densidad de un cuadro de La Tour, y cuyo texto suena muy bien en la traducción de Mauro Armiño. En la caracterización de los personajes parece haberse inspirado en la pintura del XVII, y él mismo, con su melena, mostacho y mosca, ajusta su perfil al del Descartes pintado en 1649 por Frans Hals. La esgrima verbal entre la razón cartesiana y la vehemencia de Pascal, convincentemente encarnado por Albert Triola, funciona escénicamente a la perfección, más allá de la lección de filosofía, como una lección de vida.

Diari de Girona, 12-Febrero-2009

Dramaturg

J.M.Pujol: ´El teatre independent català va ser una aventura heroica´

El dramaturg Josep Maria Pujol, autor d'"El cant de les sirenes", una repassada personal de la història del teatre independent a Catalunya, ha considerat avui que aquest moviment va ser una "aventura positiva, admirable i heroica".

EFE Entre 1955 i 1990, aquesta aventura heroica, segons l'autor del llibre, publicat per Edicions 62, "es va fer sense diners, sense possibilitats i contra la censura, una censura molt dura".

Pujol (Barcelona, 1924) ha assenyalat que el teatre independent "va ser un dels catalitzadors de la vida cultural catalana del franquisme".

El dramaturg, que va ser cirurgià de l'aparell locomotor a l'Hospital Clínic i que ja està jubilat, ha situat la seva "petita i personal crònica del teatre independent a Catalunya entre 1955 i 1990".

La dura censura franquista, ha assegurat, "desmoralitzava a més d'un, fins al punt d'arribar a decidir dedicar-se a una altra cosa".

Com a exemple, relata en el llibre la que va patir ell mateix com a autor de teatre en el I Festival Internacional de Sant Sebastià, el 1970, conegut amb el nom de Festival Zero.

En aquest festival va presentar l'obra "Kux my Lord!", que portava un títol enigmàtic amb "la intenció de burlar la perspicaç censura" i que ocultava una paròdia sobre la rebel·lió dels actors contra un director anacrònic.

El director de teatre Ricard Salvat va elegir aquesta obra per representar-la amb la companyia Adrià Gual en el festival basc i l'obra, encara que va intentar sortejar la censura, va rebre "la prohibició de Madrid", cosa que va originar l'ocupació de l'escenari, com a protesta, per part de tres-centes persones, un dia abans de la clausura del festival.

Així ho relata el metge i dramaturg en el seu llibre, en què es refereix a altres episodis de censura i qui es refereix al cas de "Kux my Lord!" com "una d'aquelles coses que marquen un moviment cultural".

La crònica de Pujol no deixa de banda les dificultats de la censura, ni els èxits compartits, ni les picabaralles internes, ni les controvèrsies amb la crítica, ni la formació de grups teatrals principals, ni les crisis que van portar a dissoldre'ls.

El teatre independent català, segons l'opinió de Pujol, "va començar com un repte de la burgesia il·lustrada, amb candor i repte en un país sense Estat i sense presència econòmica".

"El cant de les sirenes" s'enriqueix amb un llarg epíleg en el qual Pujol enllaça la fi del teatre independent amb el naixement del Teatre Nacional de Catalunya, confeccionat amb entrevistes que l'autor va mantenir amb el seu principal protagonista, Josep M. Flotats.

Segons la seva opinió, Flotats va arribar a Barcelona com a metàfora de la Revolució Francesa i de Napoleó, "qui va ser el que va acabar amb ella".

L'autor assenyala en el text que la mateixa cúpula política que havia nomenat el director i fundador del TNC, encara no feia dos anys, va decidir destituir-lo".

Per "rar que sembli", continua l'autor en el text, "els autors de la ideologia postmarxista de l'època van decidir recolzar el conseller i passar a l'atac del braç de l'empresa privada més privada".

A l'epíleg, l'autor anomena "executor" al cinquè conseller de Cultura de la Generalitat, Josep Maria Pujals, que el 1996 "va venir disposat a executar" el director fundador del TNC.

L'autor confessa que "pagaria per saber quines singulars contradiccions van empènyer el president a ordenar o permetre la destitució de la qual durant dotze anys havia estat el seu factòtum per alçar la gran piràmide de les arts escèniques".

Segons l'opinió de l'autor d'aquesta crònica històrica, després del teatre independent "va venir del dependent de les institucions, en què segueixen les disputes i les baralles".

Josep Maria Pujol ha considerat que en l'època actual "tothom, d'una manera o una altra, té algun suport financer, per petit que sigui, que si no és de la Generalitat és d'alguna institució financera o de la televisió, i els actors poden abocar-se al teatre perquè tenen salaris a la televisió".


Herrera en la Onda, Ondacero, 2-Febrero-20009




El actor Josep María Flotats nos presenta "El encuentro de Descartes con Pascal joven"