josep maria flotats, director y coprotagonista de 'el encuentro de descartes con pascal joven' "En este caso, la imaginación del escritor rellena los huecos que desconocemos de la Historia"
El Gayarre acoge hoy y mañana el nuevo duelo interpretativo de uno de los primeros espadas del teatro europeo, que esta vez pisa las tablas junto a otro actor catalán, Albert Triola. Ambos encarnan a las que, muy posiblemente, fueron las dos mentes más brillantes del siglo XVII
Ayer por la tarde, apenas quedaban unas pocas entradas para asistir a las dos funciones de este montaje estrenado con gran éxito en enero en el Teatro Español, en el que Flotats vuelve a dirigir un texto de Brisville, que ya le acompañó en La cena , y que, de nuevo, propone un debate de altura, aunque "asequible para todos los públicos", insiste el actor catalán, para quien resulta "todo un placer" convertirse en "transmisor" de las palabras del poeta.
¿Qué tiene Brisville que le resulta tan atractivo?
En primer lugar, para mí es un buen autor vivo que, además, es amigo mío, por lo que puedo acudir a él cuando como director me surge una duda. Eso es un privilegio, pero, sobre todo, lo que me gusta de Brisville es su calidad de escritura, sus planteamientos intelectuales y su compromiso de reflexión. Él abre puertas. A partir de hechos históricos constrastados, hace una obra de creación, inventando lo que se pudieron decir personajes como Descartes y Pascal en el único encuentro del que tenemos noticia. Se sabe que estuvieron reunidos cinco horas y se conoce la correspondencia que mantuvieron con sus familiares, pero nada de lo que allí hablaron; de manera que, a partir de ahí, Brisville usa su imaginación.
Y el teatro rellena los huecos que deja la historia oficial.
Así es. Siempre digo que los poetas tienen un tercer ojo y que, probablemente, la creación poética es la que más se acerca a la realidad. En este caso, seguramente será bastante acertado lo que Brisville escribe sobre lo que Descartes y Pascal se dijeron. Por lo tanto, es cierto, la imaginación del escritor, del poeta, rellena esos huecos de la historia. Y nos instruye sobre lo que pudo suceder de verdad, invitando a nuestra mente a pensar en ello.
La reflexión también está presente en el texto, ¿se enfrentan mucho estos dos personajes?
No. Y ésa es una de las cosas que más me gustan de esta propuesta, que presenta un debate, a veces incluso caluroso, entre dos conceptos distintos de ver el mundo. Es algo así como el encuentro de dos hombres de bien, y a partir de ahí no hay manipulación, no hay preferencias. Habrá quien se quede con Descartes por la sabiduría científica y filosófica que le da la edad, y otros optarán por Pascal, que tiene mucha sabiduría por genio, pero no por años. El diálogo entre los dos es totalmente enriquecedor para nuestra época, porque hablan de temas que hoy nos resultan contemporáneos.
¿Se trata, pues, de una obra cuyos contenidos están vigentes?
Completamente. Dejando a un lado la ética y la moral y hablando sólo de cosas científicas, Descartes había trabajado ya en 1630 en lo que luego sería la Teoría de la relatividad. Y en la misma época también se intentaba avanzar en la teoría de Copérnico sobre el movimiento de la tierra alrededor del sol, pero, claro, la Inquisición reprimía esta clase de conocimientos. La censura política y religiosa iban juntas y estaban muy presentes en el siglo XVII francés, de manera que mentes geniales como las de Descartes y Pascal se mantenían fuera de la legalidad vigente. Uno porque se rebeló contra una Iglesia comprometida con el poder y el otro porque deseba pensar libremente. Hoy diríamos que ambos eran políticamente incorrectos.
Hay quien puede pensar que ésta es una obra muy elevada y que sin conocer algo de los personajes será difícil comprenderla.
En absoluto. Si estrenásemos en Pamplona, podría tener la duda, pero resulta que como lo hicimos en el Español y teníamos el teatro lleno hasta la bandera cada día, puedo decir que el público sigue perfectamente la obra. Además, el texto tiene mucha ironía y las réplicas de los dos personajes provocan la sonrisa del público. Brisville es brillante porque realiza planteamientos elevados con un lenguaje de altísimo nivel, pero nada acartonado y asequible para todo el mundo. Y aquí tengo que mencionar también a Mauro Armiño, que ha sabido mantener esas cualidades en la traducción. Luego, evidentemente, habrá tantas lecturas de la obra como espectadores, y todos encontrarán lo que les gusta, porque, además, es un placer escuchar como fluye el lenguaje de este texto.
En alguna ocasión ha dicho que fluye como una sinfonía.
Cuando ensayaba con Albert Triola, que hace un Pascal fantástico, le decía que teníamos que trabajar el texto como si fuera un lied schubertiano. Porque importa el contenido, pero también la forma y, por tanto, la interpretación. Si fuéramos músicos, cogeríamos la partitura e intentaríamos sacarle lo máximo, los acentos, los tempos, el ritmo, los fortes, etcétera.
Dice que la obra está muy vigente, ¿será porque no hemos avanzado nada o porque, al final, los temas que nos preocupan son parecidos en todas las épocas?
Está claro que hay asuntos que siempre nos acompañan porque nos superan: de dónde venimos, adónde vamos. Vamos encontrando explicaciones científicas a estos temas que nos llevan a nuevas preguntas. De otro lado, está claro que, por suerte, la humanidad avanza, aunque siempre lo hace a trancas y barrancas, y a pesar de las dificultades o censuras de cada momento. Quizá en el siglo XVII o XVIII hubiésemos tenido ya a un Einstein, y si a Galileo no le hubieran parado...
¿Cómo se ha sentido al ponerse en la piel de un pensador y científico como Descartes, tan relevante, pero en realidad bastante desconocido?
Brisville es un escritor muy serio y se ha documentado sobre la obra de Descartes y la de Pascal, pero él mismo dice que no es ningún erudito en estos temas. Es un escritor curioso que se ha leído la correspondencia de los dos, y a partir de ella, ha construido dos personajes de carne y hueso, porque, a través de sus cartas, el autor ha podido conocer sus preocupaciones, sus dolores, sus alegrías, sus problemas familiares, sus viajes, su salud... En este sentido, Brisville me comentó que, si bien todos tenemos una imagen de Descartes como un intelectual seco, austero y muy racional, resulta que en el fondo no era así, y para sacar esta conclusión se basó en una frase que leyó en una de las cartas, en la que el filósofo, que acababa de perder a una de sus hijas, escribía algo así: 'No soy de los que piensan que las lágrimas son cosas sólo de mujeres'. Eso me acercó mucho a la humanidad y a la sensibilidad de Descartes.
Retoma la fórmula del duelo interpretativo, ¿le estimula?
En realidad, la obra me gusta ante todo por su contenido. Luego, que se desarrolle entre dos, entre tres o entre quince es lo de menos. Lo que ocurre es que ésta es así, y, además, al ser yo el director, me permite trabajar mucho más con el partenaire , porque no tengo que dividir las horas de trabajo entre más gente. Sólo somos dos, y es una especie de clase particular. Y, así, el resultado también puede ser más enriquecedor.
¿Les ha llevado mucho tiempo encajar el uno con el otro?
Hemos trabajado mucho. Hemos tenido casi ocho meses de ensayos. Comenzamos en mayo, junio y julio del año pasado, descansamos en agosto y retomamos en septiembre hasta enero, cuando estrenamos en el Teatro Español. Ha sido una preparación muy intensa, pero la obra lo necesita y lo merece, porque, al margen del texto, y siguiendo con la comparación musical, había que sacarle todos los acentos, las pausas, el brillo, el lento, el largo a la partitura. Y eso lleva tiempo.
En escena encarnan a un filósofo veterano y a otro más joven; en la realidad, son uno intérprete con muchas tablas y otro con unos diez años de carrera.
Sí, también hay algo de eso. Albert Triola me dijo un día que tenía la sensación de estar ante el maestro. Ésta no es mi intención en absoluto, sobre todo porque Descartes en la obra no se pone en la posición del maestro, sino que sabe que tiene un conocimiento superior adquirido a través de los años... Y puede que, de algún modo, también se dé algo de esto entre Albert y yo, aunque yo no lo quiera.
Lo que tiene claro es que en este caso y en otros, lo que le importa ante todo es la palabra. ¿De ahí la austeridad en la escenografía y el vestuario?
Sí, el verbo es el protagonista del espectáculo. Pero es que, además, en este caso la dramaturgia lo exige, porque aquí se narra el encuentro entre dos mentes privilegiadas que tuvo lugar en el convento de los Mínimos de París, así que apenas sale una celda, una sala de estar, una silla, una mesa, un banco y nada más.
Y, de esta dialéctica en entre los dos personajes, ¿surge alguna respuesta o más preguntas?
Surgen más preguntas. Y, como dice el público, surge debate. Hay quienes se quedan con Descartes, otros con Pascal; en algunos momentos con uno y en otros, con el otro. Hay gente que me ha dicho que hace años le interesaba uno de los dos y ahora le interesa el otro. Se ha generado mucho debate y eso no es ordinario.