El Periódico, 17-Octubre-2007











"El poder es uno de los grandes temas"

Un teatro sin figuras con talento es solo una oficina llena de administrativos. Los administrativos, como los albaranes, son necesarios, pero es la magia y no el albarán la que nos rescata del sopor cotidiano y nos eleva. Con Josep Maria Flotats --que ahora ejerce de Stalin en el Teatre Tívoli-- se puede hablar de muchas cosas. Entre ellas, del poder. Subir a un escenario, así lo asegura esta figura con talento, es algo que se ha de merecer. Y tiene razón.


--¿Desde cuándo le interesa el tema del poder?

--Desde siempre. El poder es uno de los grandes temas. En una colaboración con el Teatre Lliure sugerí que se representara Eduardo II de Marlowe. Y en esa obra se habla del poder. Una jornada particular está ambientada en los tiempos de Mussolini.

--Me ha convencido.
--Hay más obras. Jouvet, París 1940 habla de la ocupación de la capital francesa por los nazis. Y en Lorenzacio también aparece el poder, es decir, se habla de cómo eliminar al dictador y cuál es el precio.

--Queda demostrado que el tema del poder le interesa.
--Teniendo presente dónde nací y en la época en que nací, probablemente es así.

--Podríamos, si le parece, comenzar con aquel príncipe francés de la Iglesia, gran diplomático y vividor, que usaba bastón.
--Tayllerand, a quien interpreté en La cena, era un personaje muy especial. Fouché, su rival, fue otra cosa. Era un policía carnicero, un individuo que mandó a la guillotina a centenares de personas. Tayllerand, como Stalin, fue seminarista. La diferencia es que Tayllerand nace príncipe y muy pronto le conceden un arzobispado.

--Fouché también pasó por el seminario.
--Pero era de baja cuna. Tayllerand, incluso para gente muy democrática y nada obtusa, sigue siendo un personaje admirado. Recuerde el Congreso de Viena, después de la derrota de Napoleón, que viene a ser como el primer embrión de la Unión Europea. A Tayllerand se le admira por su gran sentido de la negociación y su gran cultura.

--¿Admiramos a los cínicos inteligentes y cultos?
--Yo no admiro especialmente a Tayllerand. Su ideal, como el de otros grandes egoístas y superdotados, son ellos mismos.

--Tayllerand es el gran traidor.
--Absolutamente. Lo que a mí me gusta es poder denunciar a esos personajes, contar cómo eran. En La cena, su autor, Jean Claude Brisville, no admira ni a Tayllerand ni a Fouché, pero nos muestra cómo intercambiaban cromos al más alto nivel, cómo pactaban.

--"Ahí viene el vicio apoyado del brazo del crimen".
--Frase extraordinaria de Chateaubriand. Gran retrato. Claro que tampoco está mal aquella otra de Fouché: "Fue peor que un crimen, fue una equivocación." ¿No fue Yalta, también, un intercambio de cromos?

--Llegamos a Stalin.
--Un psicópata, un monstruo, un asesino del que se cuenta que tenía una gran biblioteca.

--No se le puede comparar con el exquisito Tayllerand.
--No, pero se cuenta que leía devotamente a Platón. Era un gran lector y un ferviente admirador de Mozart. Sobre todo de su Concierto número 23. Luego, claro, decía aquello tan tristemente famoso: "Un muerto puede ser una tragedia, pero dos millones de muertos es solo una estadística".

--Y, sin embargo, los monstruos nos seducen.
--Sobre este tema he hablado mucho con Marc Dugain. A mí, su novela me fascinó y pensé que llevar ese texto al escenario era una gran oportunidad para dar a conocer a un personaje tan siniestro. Recordemos que lo llamaban el padre de los pueblos, que sonreía, que podía ser encantador.

--Y que, como todos los dictadores, el mal que provocan es solo responsabilidad de los que le rodean.
--Que es, exactamente, lo que yo oía, cuando era pequeño, referido a Franco. Por eso cuando me enfrenté a Stalin evité caricaturizarlo. Su cinismo y maldad debían ponerse de manifiesto a través de lo que dice y hace, pero él debía ser un piscópata que quiere caer simpático a todos.

--Con ataques de cólera.
--Como los tenía Nixon. Ojo con el poder. Volviendo a Stalin, pensé que su perversión se pondría más de manifiesto si lograba hacer de él un abuelo amable. Hitler también iba a conciertos y se emocionaba.

--En su obra se dice que están volviendo las estatuas.
--Y es verdad. Lo que significa que los Stalin pueden volver. Los de izquierdas y los de derechas.

--Obra, pues, oportuna.
--Si me lo permite, indispensable, urgente. Estamos en una Europa muy confortable y ya veremos qué nos puede suceder, ya veremos.

--Nos hemos olvidado de nuestras guerras.
--Quizá. Resucitan enfrentamientos idiotas por simples tonterías. ¿Será que estamos aburridos, que nos hemos cansado de intentar construir una sociedad más libre y justa? ¿Por qué hurgar en ciertos pasados que nos exarceban?

--Y, sin embargo, a algunos dictadores parece que se les justifiquen sus muertos.
--¿Justificar?

--Se sigue hablando más de Hitler que de Stalin.
--Ya. Quizá porque en los tiempos de los zares había esclavos. Pero, claro, estamos hablando de un individuo que por el bien de la clase obrera mató a 50 millones de personas. Y no olvidemos el terror que impuso.

--La intelectualidad de izquierdas nunca dijo o escribió nada contra el feroz georgiano.
--Es verdad. Solo criticó los campos de concentración nazis.

--Creo que usted conoció a cierto filósofo francés muy aplaudido.
--¿Se refiere a Sartre, el Papa de los intelectuales de izquierdas?

--Sí.
--Coincidí con él en dos ocasiones. Una en un pequeño automóvil. Fuimos a un hospital a visitar a un amigo común. Fue Sartre quien al regresar de la URSS dijo aquello tan conocido: "Vengo del país más libre del mundo". Viviendo en Francia, tal vez no queda excesivamente bien asegurar que uno viene del país más libre del mundo.

--Creo que luego matizó su entusiasmo.
--Sí. Dijo que en aquellos años no se podía desmoralizar a la clase obrera. Todo aquello fue una mentira muy bien organizada. Claro que Thomas Mann también visitó un campo de concentración alemán y no habló mal del mismo. La pregunta es por qué seguimos aceptando que se nos siga engañando.

--¿Por qué?
--Si me lo permite, y como digo en la obra: "Yo solo soy Stalin."

--¿Por qué nos dejamos engañar?
--No lo sé. Lo cierto es que seguimos dejándonos engañar. ¿Por qué seguimos tolerando que psicópatas, más o menos graves, lleguen al poder y nos manden?

--¿Será porque antes de darnos miedo o terror esos psicópatas nos dan seguridad?
--Quizá. Necesitamos que alguien nos saque las castañas del fuego mientras nosotros miramos hacia otro lado.

--Padres del pueblo, salvadores de la patria.
--Eso decían ser Hitler y Stalin. Eran la misma locura, el mismo mal. Dugain dice que, como Ricardo III, Stalin es eterno porque es una parte de nosotros mismos, la más oscura, la más espantosa.

--¿Es cierto que el abuelo del presidente Putin fue cocinero de Stalin?
--Según Dugain es cierto. En Stalin se define a Rusia como un país donde incluso el pasado es incierto. Frase luminosa, pero terrible. Nos reescriben la historia, no quieren que sepamos la verdad. Y, claro, tenemos pocas posibilidades de conocer la historia real. Creo que nos entretienen con ficciones.

--Estoy pensando en Mitterrand.
--¿Por qué?

--Porque usted vivió en París.
--Entiendo. Mitterrand. Volvemos, con los matices suficientes, a Tayllerand. Volvemos a la inteligencia, al savoir faire y a la hábil diplomacia. A mí me concedió la Legión de Honor.

--Entonces tiene usted que hablar bien de él.
--Estoy hablando bien de él. Cuando, para su campaña electoral, le limaron los dos caninos, Brisville acuñó una frase lapidaria: "Es menos Drácula, pero mucho más Tartufo."

--¿Era tan culto como aparentaba?
--Cuando se representó en París El encuentro entre Descartes y Pascal joven, obra que pienso llevar al escenario, y que es también de Brisville, Mitterrand fue a verla. Y no le gustó lo que en la obra decía Pascal, que, parece ser, era uno de sus personajes favoritos.

--¿Y qué pasó?
--Que el señor Mitterrand quiso saludar al autor y, estando presente el ministro de Justicia, comenzó a decirle a Brisville, comenzó a gritarle, que no había entendido absolutamente nada de Pascal.

--¿La cosa acabó mal?
--El tono fue tan sorprendemente duro, que el ministro de Justicia se vio en la obligación de intervenir y le dijo: "Señor presidente, menos mal que no estamos en el antiguo régimen, porque si así fuera me pediría que enviara a la Bastilla al señor Brisville". Parece ser que el señor Mitterrand lo fulminó con la mirada, no dijo nada, dio media vuelta y desapareció.

--Supongo que, en días de estreno, los políticos leídos se agradecen más.
--¿Estaba usted pensando, por casualidad, en el exprimer ministro francés Raymond Barre?

--No, pero entiendo que debo responderle que sí.
--Se lo agradezco. Siendo primer ministro, Barre vino a la Comèdie Française a ver Sertorius de Corneille. Yo interpretaba a Pompée. Cuando me saludó, me dijo que en una de mis intervenciones había echado en falta dos versos alejandrinos. Y era cierto. El director había decidido eliminarlos.

--Quizá había leído la obra unas horas antes.
--Era una persona culta y por eso lo reconoció. Nos dijo que, antes de ir a la Comèdie, había releído una obra que siempre le había apasionado. Quizá por ser culto llegó a primer ministro.

--Pero nunca llegó a ser presidente.
--Es verdad. Prueba de que no siempre la cultura favorece al político.

--¿A usted el poder lo intentó utilizar o fue usted quien se brindó a ser utilizado?
--A mí me apasiona mi trabajo. Si te contratan para hacer realidad un teatro público, logras realizarlo y el invento no funciona, te echan. Justo. Ocurre que, en mi caso, el invento funcionaba y también me echaron.

--Igual le hicieron un favor.
--Quizá sí.

--Seguro.

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