crítica de teatro
Hablo, luego existo
Cada encuentro con Josep Maria Flotats (salvando el obvio aflojamiento de Stalin) es una delicia, un privilegio, una lección de teatro, una gozada. Sin necesidad de remontarnos a su genial Cyrano o al espectáculo que dedicó a Josep Pla bastante tiempo atrás, su París 1940, por ejemplo, que nos presentó hace unos años en el Auditòrium, resultó memorable. Bueno, pues lo mismo cabe decir de esta pieza, El encuentro de Descartes con Pascal joven; insólita demostración de cómo una conversación sobre ciencia, filosofía y teología entre dos personajes de la Francia del XVII (magistralmente puesta en escena, eso sí) es capaz de llenar un teatro hasta la bandera.El maduro y escéptico Descartes (Flotats) y el veinteañero y apasionado Pascal (Albert Triola, quien no le va a la zaga en calidad actoral) hablan, a la postre, de cuestiones eternas y que siempre nos interesan (aunque es verdad que saber, por ejemplo, quiénes eran los jansenistas, resulta útil para asimilar mejor). En el fondo, se trata de la disyuntiva de si la ciencia y la razón son capaces de hacernos mejores o, por el contrario, nos vuelven aún más desgraciados. Y también de una defensa de la tolerancia (por boca de Descartes), y hasta del humor, en estos tiempos en los que arrastramos demasiadas verdades inamovibles.
La calidad artística se demuestra y apabulla en ocasiones como ésta, en que dos únicos (grandes) actores, sin fondos escenográficos, con una mesa y un par de sillas, una vela y dos copas, son capaces de hacernos disfrutar con poco más que sus palabras. El Principal ya puede apuntarse otro acierto.
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