XL Semanal, 12-Julio-2009

JOSÉ MARÍA FLOTATS
«Pensar libremente siempre ha sido peligroso»


A los 70 años, cuelga el cartel de «No hay billetes» por donde pasa. Y no parece dispuesto a su retirada. Es más, el actor y director catalán mantiene tal hiperactividad sobre un escenario que resulta obligado pagar por verlo. Recala ahora con su última obra en Madrid; motivo por el cual charlamos con él sobre lo divino, lo humano y lo metafísico.

Dicen que la crisis no se ceba con el teatro, muy al contrario; este oficio, tan quejumbroso siempre, vive uno de sus mejores momentos. Pero el éxito de José María Flotats –Arte; París, 1940; La cena; Stalin– no es coyuntural. Este monstruo de la escena lleva más de una década colgando el cartel de «No hay entradas para la función de esta noche». No es casualidad. Su última obra, El encuentro entre Descartes y Pascal joven –de la que es director, productor, escenógrafo y actor–, ha llenado, entre otros, los teatros de Madrid, Vitoria, Pamplona, Bilbao, San Sebastián, Málaga, Logroño, Salamanca, Alicante, Valencia, Huelva, Mallorca y un largo etcétera. Ahora, tras su reciente participación en el Festival de Almagro, interrumpe su gira para regresar a los escenarios de Madrid (teatro Infanta Isabel) el próximo 12 de agosto.

XLSemanal. ¿Cómo ha ido la gira?
José María Flotats.
¡Fenomenal! Tanto de público como de crítica, estoy encantado de la vida. Tengo la suerte de que esta obra ha gustado mucho en todas partes. Toco madera.

XL. Si fuera usted mujer, diría que es la auténtica dama del teatro.
J.M.F.
Me dicen que soy un monstruo de la escena y me encanta que lo digan, pero no me lo creo.

XL. Regresa a Madrid hasta Navidad, pero continuará de gira el próximo año.
J.M.F.
Sí, estamos cerrando ya fechas para 2010, porque nos queda Cataluña, Canarias, Extremadura y Andalucía.

XL. ¿En Cataluña, en catalán?
J.M.F.
En Cataluña, en castellano y sin ningún problema. Normalidad absoluta.

XL. Pues hay obras en castellano que no encuentran cabida en Cataluña.
J.M.F.
Pues a mí no me ha sucedido nunca eso. Yo hice Arte y París, 1940 en castellano y el público llenaba la sala igual que en cualquier otro lugar.

XL. ¿Quién dijo crisis?
J.M.F.
¡Pues nada de crisis! Si me limitase a ver el mundo a través de la obra que estoy haciendo, diría que la crisis no existe. El teatro, en general, está funcionando bien y yo no me puedo quejar, me dicen que llenamos todos los días. Parece que la gente se anima a venir para disfrutar por 20 euros porque mañana no sabemos dónde estaremos.

XL. A estas alturas, ¿su razón le exime de tener razón?
J.M.F.
¡Es fantástica esa frase!, pero ése es Descartes, no Flotats.

XL. Por la correspondencia de ambos, se sabe que Descartes y Pascal tan sólo coincidieron una vez y Brisville ha imaginado cómo debió de ser aquel encuentro. De nuevo pone en escena una obra de texto, de las que hacen pensar.
J.M.F.
Gran parte del éxito está en que la gente cuando abandona el teatro se cree más ilustrada, se siente satisfecha de que alguien le haya masticado algo que tenía que haber leído hace tiempo.

XL. Ya que no leen a los clásicos, ¿por lo menos que los escuchen?
J.M.F.
Bueno, no sé. Yo creo que, cuando les gusta un texto sobre alguien, luego se animan a comprar algún libro sobre el personaje.

XL. «Para escuchar cómo se habla en el metro no pago una entrada», pero los teatros están llenos de obras facilonas.
J.M.F.
Yo a ésas no voy, para oír hablar mal no compro entrada. Brisville dice que para escribir lo que se oye en las telenovelas no se pone a trabajar y yo, tampoco.

XL. En tiempos de crisis parece que apetezca más ir a ver una comedia desenfadada, un musical retro, algo ligero con lo que distraerse un poco.
J.M.F.
Habrá de todo, pero en esta obra la gente encuentra una historia que la engancha y la distrae. Hay ironías y dobles sentidos que cogen perfectamente y sonríen a menudo en las réplicas. Algunos han llegado a decir: «Salimos de ver esta obra más inteligentes, hemos subido un peldaño en la calidad del homo sapiens. Hemos asistido a un debate de alto nivel entre dos sabios y lo hemos entendido todo: luego algo hemos aprendido» [se ríe]. Este tipo de teatro provoca debate y la gente, después, repite los argumentos de la obra en la cena del día siguiente.

XL. Ha encontrado la manera de hacer llegar al gran público el discurso cartesiano, «Pienso, luego existo».
J.M.F.
Hay una vibración constante de cartesianismo sí; pero también del espíritu. Ese espíritu que hemos abandonado tanto en nuestras sociedades modernas de éxito, dinero y nada más, ¿dónde está? Ahora, la felicidad es el dinero. Este pulso también está presente en la obra con una vibración que me fascina. Es como un lenguaje que no existe.

XL. ¿Cree que logrará despertar conciencias?
J.M.F.
Creo que una de las cosas más positivas que vamos a sacar de esta crisis económica mundial y superglobal es que tenemos que empezar a vivir de otra manera. En mi optimismo, creo que florecerá el espíritu frente a esa sociedad loca de consumo que nos permite tener 20 ejemplares de todo en casa y mejor 40 que 60; y en vez de una piscina, cuatro. Esa desproporción quizá se va a terminar y tendremos que empezar a pensar de otra manera.

XL. Propone una involución...
J.M.F.
Es que la involución no es una tontería, hay que aprender a vivir con los medios humanos necesarios y dignos y saber que lo importante es otra cosa.

XL. Hay quien asegura que la religiosidad crece por días.
J.M.F.
Sin necesidad de entrar en religiones –que cada uno crea en lo que quiera–, hay que volver a la espiritualidad del hombre, que es algo totalmente aparcado.

XL. Descartes se declara católico, porque –aunque ni pone ni quita rey– ayuda a su señor.
J.M.F.
Yo creo, por sus escritos, que lo era. Pero también uno se puede preguntar si en el siglo XVII, en el que por levantar el dedo para decir «dudo un poco» te quemaban en la hoguera, se permitía demasiado dudar un segundo. No lo sé.

XL. Usted se declara un sacerdote laico, ¿esto cómo se come?
J.M.F.
Pues se come con mucha fe… en el teatro [sonríe]. Al teatro hay que servirlo con pasión y con convicción y amor absoluto.

XL. Descartes y Pascal dialogan y debaten en la obra desde dos mundos que se muestran casi antagónicos. Sorprende el radicalismo absoluto del joven Pascal frente al lúcido escepticismo de Descartes.
J.M.F.
Por eso me apasionan a mí estos dos personajes. Lo que me conmueve de esta obra es que, al mismo tiempo, son dos pensadores marginados por la sociedad del momento. Los dos están al límite de la sociedad.

XL. Reconozca que se ha dejado seducir un poquitín por Descartes.
J.M.F.
Quizá sí, por mi formación francesa completamente cartesiana; pero yo soy un admirador de Pascal por la obra escrita y me fascina su fe absoluta, su voluntad de `o todo o nada´, que todos hemos tenido en la adolescencia.

XL. Algunos seguimos en eso.
J.M.F.
Sí, sí [se ríe y se reconoce], algunos todavía seguimos teniendo esa misma voluntad.

XL. ¿No ha suavizado mucho a Descartes? Lo hemos estudiado menos romántico y sentimental de lo que aparece en la obra.
J.M.F.
Es verdad, todos tenemos una imagen suya muy seca y racional; incluso, por su aspecto físico, parece un hombre no muy amable, no muy generoso. Pero dice Brisville que, al leer su enorme correspondencia, se paró en una frase importante que escribió a unos familiares cuando acababa de perder a su hija: «No soy de los que piensan que las lágrimas son cosas sobre mujeres». Ahí se le hizo a Brisville un personaje entrañable y quiso humanizarlo. No lo digo para justificar, lo digo para explicar. Para mí, Descartes tiene una humanidad y una sensatez que me fascinan, un equilibrio emocional que yo no tengo y que me gustaría tener.

XL. Se nota que cree a los personajes que interpreta, ¿no es peligroso?
J.M.F.
Yo siempre creo en los personajes que hago y es peligroso, sí, porque algunos me han hecho vivir mal fuera del escenario. Cuando estuve haciendo Stalin, yo vivía mal aquello que tenía que decir. Si haces de asesino, es menos agradable llevarlo encima. Por eso, a mis personajes no les permito nada fuera del escenario que incida en mi mente. Absolutamente nada, no ando con bromas con ellos.

XL. Descartes se ceba con el joven Pascal: «Un hombre de vuestro valor, de vuestra calidad, no debería poner todo su talento al servicio de su espanto». ¿Brisville –o Flotats– nos ha matado a Pascal?
J.M.F.
No, en mi manera de dirigir no he querido ser maniqueo ni estar a favor de uno u otro personaje. Brisville escribe ese momento histórico, 1647, a partir de la correspondencia ‘de’ los dos, no ‘entre’ los dos, para construir los personajes. En ese encuentro, Descartes tiene 51 años, es un hombre maduro y reconocido. Y Pascal es un joven prodigio que a los 16 años ya ha construido su máquina aritmética, pero que no ha escrito su obra todavía y que vive un momento de crisis existencial profunda. Yo, José María, tengo un gran cariño por Pascal, no es una crítica, es un momento, un trance...

XL. Se diría que Descartes es la razón y Pascal, el sentimiento de la razón; que uno exige libertad de pensamiento, mientras el otro compromete su fe con el poder absoluto de Luis XIII.
J.M.F.
Pensar libremente siempre ha sido peligroso [sonríe]. Yo no entro en el compromiso de cada uno, pero los dos son hombres de bien, profundamente honestos y eso es lo que a mí me emociona. Se oponen, pero establecen diálogo y, aunque no están de acuerdo en los conceptos, se respetan, se admiran y discuten. Los hombres de bien se respetan y dialogan.

XL. ¿Ve usted muchos hombres de bien entre nuestros políticos, en las tertulias...?
J.M.F.
Exacto, ése es el problema. En el teatro puede haber más de 700 espectadores que vienen a escuchar y que se mandan callar unos a otros cuando alguno tose un poco. Esa atención y tensión se nota mucho y se contagia, es lo que nos mantiene a nosotros totalmente concentrados en el diálogo. En los debates políticos y en las tertulias de televisión, para que se dejen hablar, les cortan el micrófono y, a pesar de ello, se interrumpen unos a otros.

XL. ¿Falta higiene política?
J.M.F.
Todo cuanto escucho y veo últimamente me parece tan sorprendente que para qué añadir más. Yo me quedo con la boca abierta y más que sorprendido.

XL. Boadella dijo en su día que era usted un marciano o un venido de Kripton, ¿mantendría ahora con él una charla inteligente?
J.M.F.
No creo, no he mantenido nunca nada con él.

XL. Dice que ha aprendido, ante el insulto, a no darse por enterado.
J.M.F.
Es que no vale la pena perder el tiempo contestando a un insulto, es aburrido. Que se lave la boca el que haya proferido un insulto.

XL. ¿No se cansa de decir que regresará a París la próxima temporada?
J.M.F.
Llevo diciéndolo 25 años y cada día echo de menos París, pero sigo en Madrid.

XL. Acaba de cumplir 70 años. A esa edad hay quien se consuela creyendo que los 70 de ahora son los 60 de antes.
J.M.F.
Yo no me encuentro cambiado por haber cumplido 70 años. Momentos de reflexión los tengo a menudo. La edad marca, ya no corro como corría, pero no es que yo sea particular...

XL. Un poco sí, ¿no?
J.M.F.
Bueno [sonríe], digamos que soy muy especial. Cualquiera que hace el oficio de actor tiene un privilegio extraordinario de entrar en el universo de un poeta –si hacemos grandes textos– que te nutre, te aporta y te alimenta intelectual y humanamente. Todo esto te provoca un replanteamiento de muchas cosas. Cuando actúas, con cada personaje te replanteas cosas tuyas para acercarte a entender mejor algo. Yo crezco con el teatro, no cumpliendo años.

XL. De mayor quiere seguir siendo como es hoy José María Flotats.
J.M.F.
No, no, no; de mayor quiero ser una persona madura, inteligente... Me gustaría corregir `muuuuchas´ cosas.

XL. Al final, ¿cree que salvará su alma?
J.M.F.
No sé si estoy salvado o condenado, digamos que no tengo conciencia de haber cometido barbaridades que exijan un juicio [se ríe]. Me molesta pensar que yo no debería tener que rendir cuentas graves porque pienso que, entonces, la gente mala que merecería castigo no lo tendría y eso me aterra; eso sí que me pone de mal humor.

XL. Ha dicho: «Cuando vuelva a nacer, seré músico», sepa que no le vamos a dejar.
J.M.F.
Es que me apasiona ser director de orquesta, pero muchas gracias.

PRIVADÍSIMO
  • Decidió ser actor a los 16 años, tras acudir al festival de teatro de Aviñón.
  • Se formó en la Escuela Superior de Arte Dramático de Estrasburgo.
  • Domina el francés, español y catalán y se defiende en inglés e italiano.
  • No aguanta las toses en el patio de butacas. Se considera urbano y no soporta el humo ni el ruido.

  • Dos hombres y un destino... ¡metodológico!

  • Descartes. Tiene 51 años cuando coincide con Pascal en el parisino convento de los Mínimos, cita de la que no queda referencia escrita, pero que Brisville imagina para la escena basándose en sus cartas. Fallece dos años después a causa de una neumonía.

  • Pascal. Es un hombre de fe que, a sus 24 años, se halla en un momento de crisis mística en su encuentro con Descartes. Incluso está dispuesto a renunciar a sus investigaciones y a la ciencia para salvar su alma.

  • 1 comentario:

    Anónimo dijo...

    ¡Qué magnífico artículo!. Gracias por darnos al público, noticias de J M Flotats. Gracias.
    Manel, desde Granada.