Razón e intolerancia
Sólo desde la maestría de Josep María Flotats puede alguien adentrarse en una obra como la presente. Una obra de la palabra, como se decía antaño. De la palabra en sentido puro, porque, como ya ocurriera en La cena, pieza del mismo autor que la presente, Jean Claude Brisville, el eje es un encuentro entre dos personajes. Pero el gran atractivo son los nombres propios de los mismos: Descartes y Pascal.El filósofo tiene 51 años y está a punto de partir hacia Estocolmo, al haber aceptado la oferta de mecenazgo de la reina Cristina de Suecia, y Pascal es todavía un joven de 24 años, aunque considerado ya como un genio de las matemáticas. Descartes vive su madurez, y Pascal apunta maneras de un escéptico pero intolerante en los asuntos religiosos, desde la perspectiva jansenista.
Lo que podría haber sido una conversación y discusión potentemente intelectual, en manos de Brisville se convierte en una seductora cotidianidad; la obra está bien escrita, con chispazos de ingenio e ironía. Ante todo, el autor sabe encontrar los tonos de dos personajes y una fecunda confrontación de ideas (y de formas de ser), donde aparecen miradas diferentes de entender la vida (curiosamente, el racionalista es aquí el más vitalista). Descartes mira con cierto distanciamiento las preocupaciones del joven Pascal, pero persiste el conflicto entre razón e intolerancia, entre el regocijo del conocimiento (Descartes) y el tormento que surge de su insuficiencia (Pascal). El pensamiento también es acción en este preciso mecanismo teatral de pausas y una gran inteligencia en las réplicas.
La casi invisible dirección de Flotats es la de alguien que se lo sabe todo del teatro. El ritmo preciso, la sutilísima coreografía de movimientos, exacta. Y el valor del texto está acrecentado por la excelencia de la interpretación. Albert Triola pone toda la carne en el afligido y apocalíptico Pascal, y Flotats vuelve a dar una lección actoral en la composición de un inolvidable Descartes. El actor se muestra radicalmente diestro de la escucha (en los "puntos de vista", como se dice en el argot teatral), de la pausa, y de saber decir de la manera más natural, no exenta de sarcasmo, sus cavilaciones. Una actuación, en fin, rigurosa en los detalles de la voz y de la idiosincrasia del gesto. El discurso del método, y mucho talento.
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