Diario El País, 19-Septiembre-2007

REPORTAJE

Stalin purga a Flotats

El público recibe con tibieza el estreno del nuevo espectáculo del actor y director, que no convence en el papel del terrible dictador

Jacinto Antón

"La Comédie sovietique", murmuraba alguien con malicia durante la función (la primera: estreno mundial) anoche en el Teatro Tívoli de Barcelona de Stalin, a propósito de una interpretación, la de Josep Maria Flotats en el rol titre llena de los tics y la cantarella que han hecho célebre al actor, formado en la Comédie Française. Y es que ese tono y esos recursos, esa sofisticación, difícilmente casan con un personaje como Stalin, caracterizado por su astucia pero también por su brutalidad, vulgaridad y despotismo ("la gratitud es una enfermedad que sufren los perros", decía). Poco de eso, es decir poco del auténtico Josif Stalin, hubo en la actuación de Flotats que, paradójicamente cuando mejor daba el tipo del dictador era en los momentos de silencio, cuando la caracterización y la luz -y también sin duda la composición del personaje- arrojaban un parecido asombroso entre el actor y el líder soviético.

Stalin, adaptación del propio Flotats de la novela Une exécution ordinaire, del francés Marc Dugain, es en buena parte un soliloquio del dictador, en la soledad de sus últimos tiempos y durante su última purga, la orquestada con la excusa del complot de las batas blancas, la supuesta conspiración de médicos judíos contra el círculo del Kremlin. En todas las escenas en que aparece, el personaje apenas tiene alguna réplica de la desgraciada Olga (una espléndida Carme Conesa, rica en miradas y silencios elocuentes), la médico y sanadora que se ve abducida junto al tirano para aliviar sus dolores. Ante la sometida mujer, Stalin, un Stalin que no confía en nadie, ni siquiera en sí mismo, desgrana consideraciones sobre el ejercicio despiadado del poder y el terror, sobre la religión, sobre el culto a la personalidad, sobre los judíos, sobre la derrota del nazismo, sobre los infiernos de la Lubianka y hasta sobre Chaplin. Flotats espolvoreó el monólogo del gran verdugo georgiano con ironía fina, humor e ingenio, especies dignas de otro plato (Ricardo III, por ejemplo).

Se preparó Flotats una entrada de gran figura: tras un par de actos apareció avanzando desde el fondo del escenario por los pasillos del Kremlin representados como una escenografía expresionista digna del gabinete de Caligari. Ese primer momento el parecido con Stalin resultaba espeluznante y no era excesiva la comparación con otra gran interpretación reciente de un dictador en sus horas postreras: el Hitler del gran Bruno Ganz en El hundimiento.

Anduvo sin embargo descentrado Flotats durante la representación que finaliza con un epílogo de anticlímax muy poco teatral y que fue saludada con unos aplausos corteses poco entusiastas y no muy acordes con la ocasión.


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