La trayectoria profesional de Pedro Casablanc viene avalada por grandes personajes e intensas interpretaciones que lo han convertido en uno de los nombres imprescindibles de nuestra escena.
Formado en el Centro Andaluz de Teatro y posteriormente en el Teatro de La Abadía, fue quizá con Andrés Lima y su compañía, Animalario, con los que este gran actor fue reconocido como tal.
Hasta hace unos días ha sido Creonte, en la trilogía, “Edipo”, dirigida por Georges Lavaudant en Las Naves del Español…
Hablamos con el actor sevillano:
Edipo busca la verdad y tu personaje, Creonte, manipula su propia verdad. La verdad es un tema de suma importancia en esta trilogía. ¿Cuál es su precio. Su búsqueda tiene un final feliz. Existe la verdad. Somos lo suficientemente valientes para mirarla cara a cara?
En esta trilogía, el precio de la verdad es la muerte. La búsqueda de la verdad, rara vez tiene un final feliz. Por algo somos cada vez más hipócritas. Lo que se da en llamar “políticamente correcto” no es otra cosa que una forma de mentira. Utilizamos la mentira para protegernos, para sacar adelante nuestras ambiciones. La diferencia entre Edipo y Creonte radica precisamente en eso. El primero es un héroe, un mito porque quiere conocer la verdad sin temor a sus trágicas consecuencias. Igual que su hija Antígona. Creonte, en cambio, es un personaje más próximo a lo humano. En efecto, es un manipulador. Porque el precio de la verdad para él, como para tantos mandatarios que hoy mismo nos rodean, puede ser también trágico, aunque sólo suponga pérdida de votos en las urnas o pérdida de beneficios económicos. Actualmente se fabrican verdades a fuerza de repetir mentiras y esto es realmente trágico. No nos interesa mirar la verdad cara a cara. Es más cómoda y más rentable la impostura, parece que, además, da más dinero.
Creonte es un dictador, un tirano… ¿tras su aparente intolerancia e inflexibilidad habita, quizá, la inseguridad. Tras los dogmas se halla la inseguridad?
Con toda certeza. Qué cosa hay más insegura, por lo intangible de sus principios, que la Iglesia, la inventora de lo dogmático. La falta de coherencia de ciertos dogmas que han sido creados para el beneficio propio. Cuando un gobernante tiene que cambiar leyes para poderse proteger, y esas leyes se convierten en dogmas estamos ante una de las mayores tragedias morales de nuestra historia reciente. Y eso lo vemos a diario, lo sufrimos a diario, y parece que no hay nada que hacer. La seguridad viene avalada por el dinero. No hay hombre más peligroso que el que no necesita nada.
La dualidad “Sistema legal y Ley natural” o “Ley y justicia (moral)” es algo que encontramos en las tres partes de esta obra. ¿Cómo y dónde se halla el equilibrio?
Tal y como están las cosas en la política actual, estas reflexiones han quedado como simples planteamientos filosóficos y retóricos. De ahí que los plantee Sófocles. Creo que hoy en día nos interesan más otras cuestiones: tener o no tener dinero para poder manipular todas las leyes, es una de las más importantes. Por poner un ejemplo italiano: Si “ley natural” es que, como hombre, me gusten las chicas jovencitas y “sistema legal” es que, como adulto, está prohibido abusar de las menores, como hombre-adulto-gobernante ¿en qué puedo invertir mi fortuna para no acabar con mis huesos en la cárcel?
¿Cómo ha resultado el trabajo con Georges Lavaudant y su planteamiento teatral?
Una búsqueda inquietante y motivadora. Lavaudant respeta mucho a los actores pero es muy exigente con su planteamiento, prescindir de todo lo accesorio, hacer hincapié en un texto que debía sonar rotundo y preciso como las piedras de la Acrópolis… Creo que algo de lo que quería está en este Edipo. Unos códigos nuevos a los que tuve que adaptar mi bagaje de anteriores trabajos. No siempre fácil de comprender, pero al final ha resultado muy gratificador. Un reto salir a escena cada día.
Comenzaste tu carrera en la Compañía Teatro de la Jácara y posteriormente en el CAT. ¿Cómo se produce el paso de Bellas Artes al arte teatral?
Soy actor vocacional. No tengo ningún reparo en reconocerlo. Desde muy pequeño me han fascinado los grandes actores, Olivier, Burton, etc, que conocía a través del cine. Quería ser como ellos. Por circunstancias familiares acabé en Sevilla estudiando Bellas Artes, pero no acababa de ser lo mío, aunque siempre tuve facilidad para el dibujo y la pintura. Formé un pequeño grupo de teatro en la facultad y debía hacerlo bien porque enseguida me llamaron para trabajar en compañías independientes, como la Jácara, que ya se ganaban la vida haciendo bolos. Para mí fue en salto importantísimo y unas de las mayores ilusiones de mi vida. Después de varios años recorriendo pueblos con obras como “Esperando a Godot”, tuve una oferta del Centro Andaluz de Teatro que me abrió las puertas a la profesión. Estuve en cuatro montajes del CAT antes de llegar a Madrid con una coproducción entre CAT y Goliardos: un “Don Juan Tenorio” dirigido por Ángel Facio.
En 1991 llegas a Madrid para continuar tu formación en el Teatro de la Abadía; tu carrera está ligada a títulos de gran envergadura y compromiso ¿Qué le pides a un proyecto teatral para formar parte de él. El compromiso ha de estar unido al teatro, a su función social?
Cada vez tenemos más miedo al compromiso. Nos comprometemos con causas que están lejos de nuestro entorno. Esto no deja de ser un acto de generosidad que a la vez calma nuestras conciencias. No digo que no haya que hacerlo. Es más fácil ayudar a una ONG que socorrer al vecino de al lado que está en paro. En el teatro necesito que el texto y su posterior versión, (siempre hay una), responda a mis expectativas, que por otra parte, no siempre son las mismas. Dependen de mis circunstancias personales en cada momento. He llegado a un punto, en parte gracias a la televisión, en que puedo elegir mis proyectos en teatro, lo cual es un privilegio. Los grandes autores siempre están en mi punto de mira, así como textos que supongan retos actorales, hablar en escena, y no desafíos acrobáticos. El único compromiso del teatro sería cumplir su función de deleitar instruyendo, lo demás, la parodia, la broma calcada de programas humorísticos de televisión, el teatrito de youtube, no tengo edad para que me interese. Espero que mis hijos y mis nietos lo pasen muy bien con estas nuevas tendencias. Yo prefiero quedarme en casa leyendo el Quijote o a Montaigne, que procuran un placer infinito.
Tu nombre ha estado unido a varios proyectos de la compañía Animalario; una compañía teatral cuyo trabajo es siempre arriesgado y novedoso ¿Estimas que al teatro hoy en día le falta un poquito de osadía, de riesgo..?
Creo que, a menudo, le sobra… Cuando, en un teatro de cierto nivel, todas las apuestas son arriesgadas, y todas funcionan, es síntoma de que quizá hemos acabado viviendo en la cuerda floja y ya no nos da miedo el abismo. Si todo vale, ¿dónde está el reto? Cuando oigo hablar de teatro arriesgado y novedoso me pregunto ¿respecto a qué? No tengo referentes para asumir ciertas propuestas de riesgo, me gustaría haber conocido antes el entramado original sobre el que se arriesga. Si como pintor me consagro haciendo garabatos, seré muy feliz y ganaré mucho dinero, pero… Al decir esto no me estoy refiriendo al trabajo de Animalario, que admiro aunque no siempre comparta sus planteamientos. Pero en general es de justicia decir que sus montajes tienen una tremenda coherencia estética y de contenido. Y es de agradecer que sean tan genuinamente españoles y no copien tendencias alemanas o francesas que se ven como postizos en ciertos montajes aparentemente vanguardistas.
Uno de los grandes títulos en los últimos tiempos ha sido la obra de teatro “Marat-Sade” que dirigió Andrés Lima y que protagonizaste junto a Alberto San Juan ¿Qué supuso para ti tu participación en esa gran aventura teatral?
Animalario es Andrés Lima. Es un genio al que quiero, admiro y envidio. Un creador único. Su enorme capacidad de trabajo, de convocatoria, su proteica adaptación a las tendencias, su buen humor, hacen de sus espectáculos un fiel reflejo de su personalidad abrumadora. Ante semejante fenómeno uno no puede más que inclinarse o rebelarse. Yo soy un tipo demasiado racional y pudoroso. A veces la timidez me juega malas pasadas. Después de dos intensísimas experiencias con “Copito de Nieve” y la sustitución del propio Andrés que hice en “Hamelín”, creo que “Marat”, un espectáculo mágico como casi todos los suyos, acabó por superarme por lo que requería de implicación íntima personal. No estuve a la altura. Espero volver algún día: echo de menos sus abrazos de oso.
Has impartido talleres teatrales ¿Percibes que en la actualidad el actor que comienza su carrera tiene demasiada prisa por llegar, por ser famoso… crees que el prestigio ha sido desplazado por el valor del mediatismo?
El problema es que yo ya no sé dónde está el prestigio. O ¿qué es el prestigio? José Tomás ¿es el más prestigioso de los toreros porque no quiere salir en televisión o porque no comparte medallas con los que sí salen? A bote pronto te diría que actualmente en España tienen prestigio los actores de cine, porque los medios de comunicación se han encargado de que lo tengan, hayan o no hecho teatro. Un actor que hoy sólo haga teatro en nuestro país puede ser un gran profesional, pero no aspirar a ningún tipo de reconocimiento… Los jóvenes viven deslumbrados por la fama, y el camino que lleva a ella, por suerte o por desgracia, no pasa por una formación rigurosa ni mucho menos. Muchos han sabido convertirse en estrellas sin haber abierto un libro. Sólo puedo decir: ¡ole sus cojones!
De igual manera has dirigido teatro, supongo que tu experiencia como actor te aportará una visión diferente a la hora de afrontar un trabajo desde la visión del “director” ¿no es así?
Por supuesto. Siempre va a aportar algo más al trabajo un buen director que haya sido actor o que compagine dirección y actuación. José Luís Gómez o Josep María Flotats son un buen ejemplo. También he conocido casos de buenos actores que son pésimos directores. Como director, que no deja de ser un espectador privilegiado, me interesan los actores y el texto, cómo se expresa el autor de otros tiempos o de estos a través de un actor que tengo delante hoy, ahora. Me interesan los mecanismos físicos y psicológicos que cohíben el trabajo del actor, así como los que lo potencian. Pero es importante encontrar los puntos débiles, y para eso hay que haberlos sufrido antes en carne propia. Yo puedo ayudar a un actor, puedo dirigirlo si sé lo que le pasa, si conozco sus barreras. Y es curioso, pero todos pecamos de lo mismo, o tropezamos siempre con la misma piedra.
Hemos comentado que en tu trayectoria has interpretado papeles interesantes, intensos, hermosos… ¿de cuál de ellos te ha quedado mejor recuerdo y qué personaje te gustaría interpretar?
No podría nombrar uno sólo. Me quedan tantos por hacer… Otros, por edad, pueden que hayan quedado atrás, aunque nunca se sabe. Pero ahora, lo importante no son los personajes sino la propuesta del director a la hora de montarlos. Si no llego a un acuerdo satisfactorio para ambas partes no me merece la pena. No me apetece nada hacer Othello en calzoncillos o con una bolsa de basura en la cabeza, y eso se lleva mucho, demasiado. También puede ocurrir que te llamen para hacer un personaje que en el texto original tenga importancia y que durante el proceso de ensayos acabe quedándose en una anécdota. No quiero volver a pasar por eso.
¿Cuáles son tus próximos proyectos, teatrales y televisivos?
Espero volver al Teatro de la Abadía el próximo año para celebrar el 15 aniversario de su fundación. Carles Alfaro va a dirigir “El arte de la comedia”, una obra preciosa de Eduardo de Filippo, sobre la magia del teatro. Mientras seguiré haciendo televisión que es el mejor escaparate que tenemos los actores para ofrecer nuestra mercancía.
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