Diario El País, 23-Enero-2009

CRÍTICA: TEATRO

El pensador paradójico y el fanático

Curioso autor de obras bien hechas este Jean-Claude Brisville. Fue secretario de Camus, escribió novelas que sólo leía un grupo de amigos intelectuales, se ganó la vida como editor de Julliard y de Hachette... Cuando sólo le quedaba un año para jubilarse, prescindieron de sus servicios y se tomó una bonita venganza: escribió Le fauteuil à bascule, un ejercicio de esgrima verbal entre un lector despedido y el director de una editorial, que cosechó un éxito rotundo. El encuentro de Descartes con Pascal joven y La cena, sus obras más celebradas, se estrenaron cuando Brisville tenía sesenta y tantos años. Está claro que nunca es tarde. Dice que no escribió antes para la escena, porque el teatro exige zambullirse a tiempo completo, y él se debía a las editoriales: no se puede vivir una pasión a media jornada.

Si Le fauteuil à bascule era un duelo al sol entre la contabilidad y las letras, en El encuentro de Descartes con Pascal joven se baten la razón y el fanatismo. El Descartes de Brisville es un hombre práctico, esperanzado y amante de los placeres mundanos, que reconoce la belleza en el barro y sabe sacar provecho a cuanto tiene a mano. Ha pasado los siete años más felices de su vida en Amsterdam, amancebado con una criada; acaba de cumplir los 51, se sabe razonablemente sabio y quiere problemas los justos. Confía en la intuición y en el intelecto: nada le quita el sueño. Blaise Pascal fue un niño prodigio, especialmente en las matemáticas. En 1947, cuando se produjo el encuentro entre ambos que Brisville dramatiza en esta obra, Pascal acaba de sufrir una revelación, influido por su contacto reciente con los jansenistas, y está convencido de que la ciencia distrae al hombre de Cristo y de la verdad redentora.

Pascal, siempre enfermo desde hace años, atormentado por su nueva fe, es la contrafigura del autor de El discurso del método. Nada le da gusto, ni tiene descanso. Ésta es la foto fija que el autor nos ofrece de él, porque, poco después, Pascal se volvería hedonista y viviría una vida intensa y libertina.

Brisville se sirve de ambos caracteres, interpretados por Josep Maria Flotats y Albert Triola, para elaborar un juguete didáctico, un jeu d'esprit ágil, ameno, con momentos de humor chispeante. Más que reflejar el pasado, nos refleja. Ese hombre siempre al borde de la disputa y su amable contertulio, acaban pareciéndonos gente de hoy. Su manera de encarar la vida, es la nuestra, aunque fanatismo y bonhomía adopten ahora otros ropajes. Pero el combate entre ambos está amañado. Los contendientes no tienen cartas parejas. Descartes es tremendamente simpático, mientras que Pascal pronto se nos atraviesa. Brisville ha puesto veneno en la punta de la espada del filósofo y ha dejado a su antagonista desguarnecido.

El personaje que encarna Flotats es un bombón: tiene gracia y retranca. Suyas son las mejores réplicas. El catalán es un maestro de la escucha y de la pausa: todo oídos cuando Pascal le suelta sus ingenuidades visionarias, o le atosiga con dogmas. Su interpretación, generosa, podría estar todavía más contenida y llegaría igual. A Albert Triola le toca la parte más difícil: está furioso casi todo el tiempo, demasiado al borde del soponcio. Debería contenerse. No hace falta enfatizar un discurso que es todo énfasis. Son estas pegas pequeñas para un espectáculo que pareció gustar a todo el mundo.


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