El Cultural, 16-Enero-2009



Flotats
“El teatro es, sobre todo, la belleza de la lengua"




Vuelve a los escenarios madrileños Josep Maria Flotats tras una ausencia en la que creyó haber perdido su arma más valiosa, la memoria. Suceso extraño que desmiente el estreno de El encuentro de Descartes con Pascal joven, el día 22 en el Teatro Español de Madrid. Un debate más que filosófico que mantiene con Albert Triola.

Hacía más de tres años que Josep Maria Flotats no aparecía por Madrid. Y si no fuera por su prodigiosa voz, cuesta reconocerlo con esa barba crecida y cana. ¿Exigencias de su nuevo personaje? El elegido ahora es Descartes, un tipo con una imagen de sabio distante, frío y poco afectivo. Pero el actor advierte que no va a ser así, y que todavía no tiene muy claro el futuro de su barba y, sobre todo, de su bigote. Tiene que probar.

Cuando empieza a echar cuentas del tiempo ausente de la capital, se alarma. Y comienza a relatar lo que yo llamaría “El extraño caso del señor Flotats”. Su último estreno, Stalin, en el que daba vida al dictador soviético, tuvo lugar en Barcelona a finales de 2007. Parecía que el actor se había reconciliado con su tierra y con su ciudad, de la que había estado ausente diez años a raíz de su polémico cese del TNC. Fue Stalin una producción en catalán que luego giró por la Cataluña. Flotats tenía intenciones de producirla en castellano inmediatamente después, pero entonces sufrió lo peor que puede acaecerle a un actor: la pérdida de memoria. Como es habitual en sus obras, Flotats no sólo las produce, dirige y protagoniza, sino que en esta ocasión además firmaba la adaptación teatral, inspirada en la novela de Marc Dugain. “Primero, la escribí en francés y luego la pasé al catalán. Llegué a tener hasta siete versiones distintas para cada frase y me costó mucho aceptar una versión definitiva. Este proceso fue diabólico a la hora de memorizar el texto en catalán. Por eso, le pedí a Mauro Armiño que hicierá él la versión en castellano, para no caer en el mismo problema. Cuando me la entregó, me fue imposible memorizarla y me dije: ¡Todo llega en la vida, las neuronas ya no funcionan!.

Defunción de un actor
–¿Perder la memoria es la defunción para un actor?
–Sí, claro. Sin memoria no hay actor, no puede ejercer su oficio. Conocí a un “societaire” de la Comedie Française que le ocurrió eso. Recuerdo que actuaba con él y, sin esperarlo, comenzaba a decir barbaridades en el escenario. Acabó jubilándose, claro.

–Pero no parece que eso le haya ocurrido a usted, ya que prepara este nuevo estreno, El encuentro de Descartes con Pascal joven.
–Sí, hablé con médicos y neurólogos y me explicaron que lo que me ocurría no era un problema de memoria, sino de reflejo condicionado del automatismo de la respiración y de la memoria. Lo que me ocurrió con la versión en castellano de Stalin es como si te dijeran que aprendieras a andar de otra manera. ¿Y cómo se anda de otra manera? Cuando has asimilado un texto, éste forma parte de tu subconsciente, y dices una palabra y automáticamente recuerdas todo lo demás. Y lo mismo ocurre con la respiración.

–¿Qué remedio le dieron los médicos?
–Borrón y cuenta nueva. Que me olvidara de Stalin por un tiempo. Por eso decidí hacer Descartes. Me acordé entonces de una anécdota que me contó Alicia de Larrocha sobre Rubinstein. Este gran pianista ofrece un concierto en Nueva York, creo que de Mozart, y al terminarlo le piden que lo repita al año siguiente, pero en Londres. Él se niega, alegando que tiene que estudiarlo. Los promotores se extañan puesto que saben que forma parte de su repertorio. Pero él insiste: “No, no, de verdad, necesito tres años para trabajarlo”, dice. Según me explicó Alicia, él no quería volver a hacer la misma versión, sino que se proponía cambiar nada menos que la posición de los dedos para las mismas notas. Y claro, necesitaba borrar lo que había aprendido, necesitaba tres años. A mí me ha ocurrido lo mismo con la versión castellana de Stalin, que por supuesto me sigue interesando hacer. Está claro que no puedo pasar del catalán al castellano en un plis plas.

–Quizá, este “suceso” se podría haber evitado si la hubiera estrenado directamente en castellano.
–También podía, pero pensé que ya que la estrenaba en Barcelona, que habían pasado diez años desde que me marché, era mejor hacerlo en catalán.

–¿Y cambiar entonces el reparto para la versión en castellano?
–A mí no me gusta cambiar el reparto nunca. Es un trabajo enorme volver a ensayar la misma obra con otros actores. Cuando estrené Arte, la hicimos en castellano en Barcelona. Jamás me planteé cambiar a Carlos Hipólito, que no hablaba catalán, por hacer la versión en catalán. Y no voy a dedicar ni un minuto de mi vida a hacer la versión en catalán de El encuentro de Descartes con Pascal joven.

–¿No cree que este mal llamado bilingüismo está limitando las oportunidades a los actores de habla castellana? En Cataluña, si no produces en catalán, no recibes subvenciones.
–Eso es un tema administrativo. Pero claro que se reduce la movilidad de los actores en castellano. Los actores catalanes pueden girar por toda España, pero no a la inversa. Pero hay una ventaja para los espectáculos en castellano, que pueden ir a Barcelona, mientras los de allí no pueden girar por España.

Esperando alcanzar la edad
–¿El encuentro de Descartes con Pascal joven es el segundo texto de Jean Claude Brisville que hace, después de La cena. ¿Por qué?
–Porque me encanta, es un autor como la copa de un pino, me honra con su amistad y tengo la ventaja de tenerlo vivo para consultarle y que me informe. Conozco su obra desde hace veinte años y este texto lo tenía guardado, esperando a alcanzar la edad para interpretarlo, y temiendo que alguien lo hiciera antes. Me gusta por su contenido, pero sobre todo por el lenguaje que emplea. Soy fiel a mi pasión por el teatro de texto. Para mí el teatro es la belleza de la lengua, sobre todo y prioritariamente.

-¿Vamos a ver, en el estilo de La cena, otro debate de ideas?
–Aquella era más un debate político. Aquí se reúnen los dos cerebros más importantes del siglo XVII y sus concepciones opuestas sobre la vida. Son antagonistas y es apasionante ver discutir entre ellos lo que es nuestro pan cotidiano, nuestra manera de ser. Porque vivimos de la herencia de Descartes, elpensamiento moderno es cartesiano.

–¿Cuál es el conflicto de la obra?
–Es la oposición de los dos mundos que Descartes y Pascal representan. El racionalismo de Descartes que se enfrenta a la fe ciega en el amor y en los sentimientos de Pascal.

–¿Mantienen una relación de maestro y alumno?
–No. Encontramos a Descartes dos años antes de morir y a Pascal que, con sólo 24 años, ya ha inventado la máquina aritmética. Pascal le admira y Descartes tiene interés por conocerlo. En realidad, este encuentro, que Brisville sitúa en el Monasterio de los Mínimos de París, es ficticio. Brisville para este texto se ha basado sobre todo en la correspondencia de uno y de otro. La de Pascal a sus padres y la de Descartes a las reinas a quien les escribía. Así nos ofrece la dimensión humana de los personajes.

–La época es también la de una Francia que ha sido azotada por las guerras de religión.
–Sí, Luis XIII con Richelieu gobierna Francia y Roma la controlan los jesuitas. Pero los jansenistas han tomado Port Royal y en Holanda están los protestantes. Por eso, Descartes, en un momento de la obra dice que él se va a vivir a un país en el que se pueda hablar apaciblemente de religión, a Holanda. “Yo creo en Dios, pero no discuto con teólogos”, dice. Pascal es católico, pero se hace jansenista.

–¿Y con quién cree que se va a identificar mejor el público de hoy, con Pascal o con Descartes?
–Otro de los grandes aciertos de la obra es que a medida que van dialogando, el público se identifica con uno, pero también con el otro. No hay uno bueno y otro malo. Hay una ambivalencia argumental, todo el mundo comparte argumentos de uno y de otro. Desde este punto de vista, la obra no es nada intelectual.

Lenguaje de altos vuelos
–¿Qué le gusta tanto de esta obra?
–Como ya he dicho, el lenguaje. Brisville dice que al hacer hablar a estos grandes personajes está obligado a hacerlo con un lenguaje de gran calidad. Para escribir como se habla en el metro, es mejor ir y escuchar lo que allí se dice. Aunque a veces puede haber un teatro que precisamente se ciña a la vulgaridad de la lengua para exponer un universo que se critica.

–O sea, teatro como artificio.
–Sí, es lo mismo que me produce la gran música. Hay un equilibrio de las frases, que tienen un ritmo, una musicalidad, una construcción elevada. Es el placer de oír ese lenguaje lo que creo que va a gustar al público, porque no se necesita ningún diploma para entenderlo. Es el gran teatro de texto el que me hace feliz servir como intérprete.

–Y usted ¿se siente más cartesiano o dominado por los sentidos?
–Cuanto más trabajo esta obra, me encuentro cartesiano demasiadas pocas veces. La pasión me domina más que el cerebro y me digo que tengo que controlarla. Pero me siento pascaliano.

Liz PERALES

Albert Triola, el antagonista
Para esta pequeña pieza de cámara, de apenas una hora de duración, Josep Maria Flotats ha elegido a Albert Triola como su antagonista, es decir, quien da vida al joven Pascal. Formado en el Institut del Teatre de Barcelona, el actor ha trabajado con un buen número de directores catalanes. Medirse con el gran Flotats no es tarea fácil, pero Triola mantienen una antigua relación con el actor, cuando éste le dirigió en El sueño de Mozart, en 1998. Además, Triola acumula otros desafío escénico de interés como A Electra le sienta bien el luto y La Orestiada de Mario Gas, en la que hizo de Orestes, y la temporada pasada dio vida a Edgar en Rey Lear, dirigida por Vera.

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