La Rioja, 22-Enero-2009

Descartes y Pascal, duelo de titanes

Josep-María Flotats enfrenta a dos de los pensadores de la cultura francesa

París, 1647. Convento de los Mínimos. El filósofo y científico René Descartes, de 51 años, mantiene un encuentro con el matemático y pensador Blas Pascal, de 24. Descartes está considerado como una eminencia; Pascal, quien a los 19 años había inventado una máquina aritmética (precedente de los ordenadores), deslumbra por su genio creador. Los dos se admiran y desean conocerse. Conciertan un encuentro en este convento.
«No se sabe de qué hablaron, pero hay cartas que hacen referencia a la duración de la entrevista, varias horas», explicó Josep-María Flotats, autor de El encuentro de Descartes con Pascal joven, una pieza de teatro que se estrena hoy en el Español y que, tras su paso por la capital, realizará una gira por diferentes ciudades como, por ejemplo, Logroño, donde estará en el Teatro Bretón los días 17 y 18 de abril. Además de la adaptación del texto -el original lo firma Jean-Claude Brisville-, Flotats interpreta a Descartes.
«Mi amigo Brisville ha imaginado una conversación brillantísima; seguramente de más altura dialéctica que la que tuvieron en realidad los dos pensadores», explicó durante la presentación del espectáculo Flotats.
Otros caracteres
Jean-Claude Brisville describe a Descartes como heredero de la sabiduría del humanismo, como un personaje racionalista que ama la vida hasta en sus pequeños detalles. «El racionalismo de Descartes no es seco ni distante, como ha pintado la tradición», precisó Flotats. «Es un nombre que se adentra por todos los vericuetos de la vida y se interesa por todo lo ésta puede ofrecer».
Brisville dibuja a Descartes como un D'Artagnan del pensamiento. Pascal, en el polo opuesto, atravesaba en aquellos años por una profunda crisis existencial. «Se mortifica la carne, se retuerce y atormenta para alcanzar lo absoluto; su misticismo le impide participar en la vida».
El actor que encarna a Pascal, Albert Triola, definió a su personaje como un ser «escindido» entre sus inmensas capacidades para las matemáticas y su sed metafísica de inmortalidad. «Era una persona absolutamente imperfecta; por tanto, absolutamente humana».

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